Para Sally, la jornada de ayer fue especial porque pudo triscar libremente por la playa. Algo que no es habitual para ella por el pequeño detalle de que va a cuatro patas, tiene cola y ladra, razones para, hasta ahora, tener prohibida su presencia tanto en el agua como en la arena. «Cuando íbamos a la playa tenía que quedarse en casa. Ahora la verdad es que volverá más veces» comentaban Alicia y Pablo, sus dueños. Es uno de los canes, cientos, que ayer acudieron al estreno de la Platja Can, el nuevo espacio reservado por ellos en el extremo de la playa de Pinedo recayente a la desembocadura del Turia. Una iniciativa municipal muy bien recibida por los dueños de perros, que, tal como decía uno de los vigilantes, «los hay que nos han dicho que tenían que bajarse hasta Gandia para poder ir con ellos».

Perros grandes, perros pequeños, perros juguetones, perros pastueños, perros nerviosos, perros hiperactivos. De todo tipo «pero sin problemas entre ellos. Casi se puede decir que socializan entre ellos».

Bolsas para excrementos

Los dueños de Sally se enteraron a través de un grupo canino de facebook, por lo que los dueños saben que ir a la playa con el perro tiene servidumbres que asumen con gusto. Que no es lo mismo estar en unas arenas más o menos limpias que en otras donde orinan sus mascotas. Eso es incontrolable. Lo otro, no. «En la entrada tienen dispensadores de bolsas para que cada uno recoja las cacas de sus perros. Mi compañero del turno de mañana ha tenido que recoger dos y yo una. Eso no es nada. Quiere decir que la gente tiene muy claro lo que tiene que hacer».

Luego les espera la ducha

Noa y Luca, un boxer y un bichón maltés, fueron dos de los que estrenaron este espacio. «Al principio se extrañaban un poco, pero luego ya se lo han pasado en grande. Han corrido, se han bañado... es una experiencia para repetir. Además, todos los que venimos sabemos a lo que vamos porque conocemos lo que son los perros», aunque lo que quizá no sabían los perros es lo que les esperaba al llegar, con los cuerpos llenos de arena: «una ducha, por supuesto».

La creación de una playa canina es un proyecto que ya ideó la concejal Pilar Soriano el pasado mes de febrero y que ayer se materializó acotando la zona especial. Allí, los perros compartieron espacio, juegos y olfateos. No pareció importarles demasiado el viento casi endémico de esa parte del golfo. Alguna jaula de pájaros fue a hacerles compañía. Todos ellos ocupaban una zona claramente delimitada tanto con cuerdas como por unos gallardetes en los que, cosas de la vida, el logotipo identificativo no era otro que un vestigio del pasado: el perro de Babalá.

Las normas están para cumplirlas, lo que no quiere decir que se cumplan siempre. Teóricamente, los perros deben estar atados, cosa que, como era de esperar, no todos cumplían. Unas estacas clavadas cerca de la orilla estaban preparadas de oficio y todo aquel que lo deseaba podía solicitar más. Pero no eran pocos los que iban desatados, y que jugaban al fútbol o con el frisbee o corrían como alma que lleva el diablo „esa costumbre tan canina de correr haciendo círculos sin ir a ninguna parte„. También se exige „se recomienda y si no se cumple, lo exigirá la policía y eso será peor„ que los perros potencialmente peligrosos deberán llevar puesto el bozal y que todos deben estar al día de la documentación y vacunas.