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Entre acequias

La huerta como climatizador natural

Los barrios próximos a la huerta registran entre cuatro y cinco grados menos por la noche

La huerta como climatizador natural

Conciliar el sueño durante los meses de julio y agosto en Valencia, cuando hay noches en las que el termómetro no baja de los 29 grados, parece cada vez más complicado. El efecto isla de calor generado por la polución que impide que salga la radiación, sumado a la falta de ventilación y al recalentamiento del asfalto, que acumula calor por el día que se desprende por la noche, hace que dormir sea misión casi imposible. Los rigores del verano, sin embargo, son algo más llevaderos en los barrios y pedanías más próximos a la huerta, donde el suelo refleja el calor, no se sobrecalienta, y por las noches pueden registrarse entre cuatro y cinco grados menos que en el centro de la ciudad.

Las zonas verdes son sumideros de CO2. Un árbol tiene una capacidad evaporatoria muy elevada y no hay más que ponerse debajo de una acacia en verano para comprobar que bajo su copa la temperatura puede bajar hasta tres grados. Valencia tiene en est sentido un pulmón verde que no tienen muchas ciudades que es el Jardín del Turia. El problema no es tanto la falta de zonas verdes en la ciudad como la descompensación. Hay barrios muy compactos, con un déficit de arbolado notable como ocurre en Russafa.

Así lo explica el profesor de arquitectura del departamento de Física Aplicada de la Universidad Politécnica de Valencia, Juan Carlos Carrión, quien asegura que existen mecanismos para mejorar la calidad de vida en las ciudades que empiezan por cambiar el urbanismo y aparcar las malas praxis. Entre ellas la utilización de ciertos materiales como la teja asfáltica, que puede alcanzar los 80 grados de temperatura, las fachadas acristaladas con radiación directa, renunciar a las protecciones solares como las persianas o pintar las fachadas con colores oscuros. Los colores oscuros absorbe el 95% del calor frente al 5% de captación del color blanco. Las fachadas blancas y encaladas que predominan en los pueblos del sur español no es casual.

Por encima de 26 grados, el mecanismo de refrigeración del cuerpo humano se pone en marcha e interfiere con el sueño, generando dificultades en el descanso nocturno. En Valencia se registran ya más de un centenar de noches en que es difícil dormir por culpa de las elevadas temperaturas. Favorecer la ventilación cruzada en de las casas ayuda a combatir el calor sin embargo, Carrión explica que las cubiertas que se han construido en muchos edificios apenas tienen capacidad de ventilar.

La entrada de la brisa marina y el viento de Levante (Este-Oeste) es fundamental para regular la temperatura en Valencia, sin embargo, el urbanismo y la disposición de los edificios alto en paralelo a la entrada de las brisas ha generado un efecto pantalla.

Una mala praxis que se puede ver en el urbanismo de muchas poblaciones costeras desde Oropesa del Mar hasta el Perelló, incluso en el barrio del Cabanyal, reconocido por su trama histórica de calles paralela al mar. Carrión atribuye esta disposición a la mayor necesidad que tuvieron sus habitantes de protegerse del mar en invierno que de facilitar la entrada de la brisa en verano. «Hay que recordar que en Valencia hubo un tiempo en que en invierno nevaba», apunta Carrión..

Para combatir el efecto isla de calor se está experimentando y probando tecnologías nuevas como la aplicación de sustancias y aditivos como los derivados del titanio en los revestimientos de las fachadas para minimizar los efectos de los gases derivados de la combustión de los vehículos. En Madrid se ha experimentado con esta tecnología reduciendo la contaminación en una cantidad similar a la que producirían 400 árboles en un año.

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