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Símbolos

La 'Senyera' de la Generalitat

A los concejales de Valencia les encanta que llegue el 9 d´Octubre y envolverse en la enseña institucional

La 'Senyera' de la Generalitat

La Senyera de la Generalitat no existe, pero debería existir. Es una anomalía histórica que la bandera oficial de la autonomía esté en posesión del gobierno municipal, y no del gobierno nacional. Igual que la Diputación de Valencia cedió inmediatamente su principal palacio al Consell preautonómico en cuanto se constituyó, el ayuntamiento debiera donar la bandera que conserva en su archivo local a la Generalitat, y que la enseña se conservara en la calle de Cavallers, y no en la plaza del Ajuntament. Desde 1707 hasta 1982 hubo un intervalo histórico sin autogobierno, pero una vez normalizada la situación, hay que normalizar también las formas.

La Senyera se conserva en el ayuntamiento por una simple carambola institucional. El antiguo ordenamiento foral de los «Jurats» confería al Consell la representividad de la Ciudad y Reino desde tiempos de Jaime I. Al anularse el autogobierno, el sucesor centralista del Consell fue el ayuntamiento, puesto que el gobierno del Reino ya había desaparecido. Al reaparecer un gobierno valenciano, lo justo hubiera sido devolverle la enseña, igualmente que se le devolvió el Palau de la Generalitat. Pero nadie se ha atrevido a hacerlo por conveniencia política.

A los concejales de Valencia les encanta que llegue el 9 d´Octubre y envolverse en la Senyera. Gracias a esta posesión todo el centro de la actividad política de ese día se traslada a su institución local, en detrimento de la autonómica. Los consellers y los diputados de las Corts Valencianes se convierten en comparsa del gobierno local, cuando debiera ser a la inversa: los ediles capitalinos deberían acudir a los actos promovidos por la Generalitat, y no a la inversa.

Esta circunstancia propicia la desmembración local y provincial. Si los actos del 9 d´Octubre en Valencia son del Ayuntamiento de Valencia, y no del gobierno de la autonomía, cada consistorio queda legitimado para hacer sus propios actos, y por ende las Diputaciones de Alicante y Castelló. El 9 d´Octubre debería ser organizado por la Generalitat, y cada año en una gran ciudad. Pero para ello necesitaría tener su propia bandera, que es el eje sobre el que gira todo el entramado festivo. Ya se hicieron experimentos en época de Lerma y la Senyera se trasladó a un acto en el castillo de Santa Bárbara de Alicante, e inclusó estuvo en Orihuela para acompañar al «Oriol». Pero en toda la época del PP nadie se atrevió a discutirle a Rita Barberá su propiedad efectiva de la tela.

Es un contrasentido que los concejales de la capital se rifen entre ellos el honor de ser portadores de la enseña, cuando se trata de un símbolo que abarca a todos los valencianos del Sénia al Segura. En el municipio de Canet d´En Berenguer lo han resuelto de forma muy acertada. Tienen una reproducción de la Senyera en su ayuntamiento, y con ella celebran sus factos nueveoctubrinos. Pero no es el alcalde ni los concejales quienes llevan la bandera, sino el pueblo. Todo aquel que quiere ser portador se apunta en una lista y efectúan un sorteo. Los agraciados transportan la Senyera, sin interferencia políticas. Es una democracia directa que fácilmente pudiera adaptarse a la Ciudad de Valencia. El símbolo trasciende los cuatro años de mandato municipal. Debieran ser los ciudadanos los que tuvieran el derecho a ostentar la Senyera, dividiendo por ejemplo el trayecto en cuatro o seis etapas, para que pudiera haber más beneficiados. A través de redes sociales se debería luchar para eliminar ese privilegio injusto de los munícipes, y devolverlo al pueblo.

Si el Ayuntamiento de Valencia no cede la Senyera a la Generalitat, el gobierno autonómico debiera confeccionar su propia bandera, y otorgarle un lugar principal en el Salón de Cortes, para que estuviera guardada en su vitrina todo el año, y que pudiera salir en ocasiones especiales. Es muy difícil encontrar artesanos que puedan bordar una reproducción facsímil, pero todavía existen. Falta la voluntad política porque la bandera sigue dando miedo o respeto a algunos, pese a sus décadas de oficialidad. Y si les falta presupuesto es bueno recordar que la agónica Unión Valenciana le regaló a la Generalitat la bandera confeccionada para el sepelio de Blasco Ibáñez. Como no supieron qué hacer con ella, santa ignorancia, la enviaron al museo blasquiano que dirige la profesora Rodríguez Magda en la Malva-rosa. Allí está, «com el burro de Vitòria, sense pena ni glòria», en la entrada de tan digno museo. Pero es una pieza que podría tener mucha vida en su sede natural del Palau de la Generalitat.

Desde que Lo Rat Penat elaboró su facsímil a finales del siglo XIX, ha sido muy normal que las asociaciones y entidades valencianas de todo tipo confeccionaran su «senyera» particular, a imagen y semejanza de la original. Más tarde, a finales del XX, a raíz de la batalla de Valencia hubo muchos particulares que compraron sus propios facsímiles a tamaño más reducido. Es una absurda paradoja que podamos encontrar más fácilmente una Senyera señorial en un domicilio particular que en la sede oficial del Gobierno de Valencia.

La Senyera es una bandera que ha trascendido y que se ha instalado potentemente en el imaginario colectivo gracias quizás al gran debate que generó su reconocimiento. En la «Ley de Símbolos» se hablaba de un «Estandarte» del que poco más se ha sabido.

Que la Generalitat Valenciana no tenga ninguna bandera oficial de su propiedad, y que ningún grupo parlamentario en las Corts Valencianes lo haya reclamado, es una auténtica vergüenza. Así somos, así nos va.

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