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Pánico a una muerte ridícula

Pánico a una muerte ridícula

Ruego me disculpen los Def con Dos por haberles robado el título, pero es que hoy viene que ni pintado. Cualquiera sabe que es duro vivir con miedo. Quién sabe si ahora el expresidente Camps siente miedo después de que le hayan acusado de plagiar su famosa tesis doctoral, sí, esa escrita en tiempo récord mientras le caía encima todo el caso de los trajes, y que para postre se consideraba secreta.

Tampoco sabemos si sienten miedo los empresarios que confiaban en sacar adelante el proyecto de Puerto Mediterráneo pensando sólo en el dinero después de que se lo tumbara un informe de la Conselleria de Medio Ambiente por cargarse cosas que el dinero no sustituye. Sin embargo, hoy toca referirse a dos conceptos: el miedo, sentimiento individual, y el pánico.

La diferencia entre uno y otro es que el pánico es colectivo y además sumamente contagioso. Si el peor de los miedos que podemos experimentar usted, yo, y cualquier otro hijo de vecino es probablemente el de desaparecer, imagínese el pánico a dejar de existir que debe sentir una organización a nivel nacional con alrededor de ciento cuarenta años de historia. Ríos de tinta han corrido ya a estas alturas acerca del esperpéntico y bochornoso espectáculo ofrecido por el PSOE en ese aquelarre público del sábado pasado en su sede de la calle Ferraz. Aunque no me negarán que hacía tiempo que se veía venir, porque cuando alguien entra en pánico, cuando el miedo nubla la mente de uno, lo más fácil es tomar decisiones muy, muy estúpidas. Y ya hace tiempo que en el partido socialista suena a todo trapo la señal de alarma.

Pánico a analizar las razones por las que gran parte de la ciudadanía ya no les percibe como una alternativa a los partidos de derechas.

Pánico a consultar a la militancia, ya tiene guasa que de dos veces que han elegido a su candidato a la presidencia del gobierno mediante el sistema de primarias, Borrell y Sánchez, los dos han sido descabezados de una forma u otra por la cúpula, lo cual no arroja un saldo demasiado alentador en cuanto a confianza en las bases.

¿Y ahora qué?, nos preguntamos todos, e intuimos que aún no ha terminado en absoluto el trayecto por el pasaje del terror. El terror que debe sentir Ximo Puig, preguntándose si la abstención de su partido supondrá la retirada del apoyo de Podemos en la Comunitat, y por tanto tratando de defender a toda costa un «no es no» al que se le antojan pocos visos de credibilidad. Cabría preguntarse si su defensa del «no» resulta tan encendida, por qué colaboró en descabezar a un secretario general que hacía bandera de la misma postura. Así pues, terceras elecciones o abstención.

La elección recuerda a aquella escena de Arma Letal 3, en la que Mel Gibson tenía que elegir entre cortar cable rojo o azul para desactivar una bomba, con la salvedad de que en esta ocasión, se corte el cable que se corte, el estallido es inevitable.

Más que susto o muerte, muerte por susto.

Y mientras tanto, el resto de partido agazapados, como en un documental de La 2, esperando a ver qué parte les toca del reparto a dentelladas del cadáver, especialmente aquel partido liderado por ese señor tan aficionado a fumar puros, a leer el Marca, y a esperar en la puerta de su casa a ver pasar los cadáveres de sus enemigos.

Ese señor al que una vez más le han hecho el trabajo los demás y la jugada le ha salido redonda.

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