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De la festa, la vespra

La Feria de Julio se creó como bálsamo del trágico Siglo XIX

La Feria de Julio se creó como bálsamo del trágico Siglo XIX

La capital no puede exhibir orgullo ni músculo frente a las ferias de Xàtiva y Cocentaina, las más antiguas e históricas del territorio valenciano, que se remontan a los tiempos de la fundación del reino cristiano fundado «ex novo» por Jaime I. No ha tenido nunca una feria de tal raigambre, por ello inventaron una, la de Julio, en 1871, asentada en la Fira de sant Jaume, exclusivamente taurina por los especiales genes del personal autónomo.

Creó la Fira de Juliol el Ayuntamiento de Valencia por acuerdo municipal del 12 de diciembre de 1870. La excusa repetitivamente la fijan los cronistas en que se hizo para que la ciudad no se vaciara de gente en verano tan pronto, al marcharse muchos a veranear a Godella, Benimámet, Paterna, Torrent, Burjassot y Rocafort.

Complacidamente se ha aceptado esta teoría imposible, ni cabían en estos pueblos todos los de Valencia ciudad, ni había dinero para tales dispendios. La hambruna y el paro no ocasionaban tales dispendios, ni los éxodos de veraneantes de ahora.

La verdad es que fue necesario inventarse la Feria de Julio para amortiguar, endulzar y compensar el desastroso, caótico y trágico Siglo XIX donde tuvimos de todo, guerras de la Independencia y carlistas, exilios y vueltas de monarcas, pronunciamientos militares, golpes de Estado, epidemias de cólera,€ hasta una Revolución Cantonal disputada a cañonazo limpio por dentro de la ciudad.

Manera de anestesiar y entretener al personal fue crear lo que nunca tuvo la ciudad en toda su historia, una gran feria. A lo máximo que se había llegado era a los porrats y escuraetes en las fiestas tradicionales y los bailes de máscaras por carnavales. Se intentó que la gente saliera en alguna medida de la postración general y el pesimismo, de la negatividad. Se quiso un antídoto a la situación social que por unos días o unas horas fuera ungüento, bálsamo y alivio paliativo a la realidad en que se vivía, la misma que para dar a comer a parados hizo que se derribara las murallas y puertas de la ciudad.

La invención fue varia y diversa: festejos, exposiciones de ganado, muestra de productos agrícolas, exhibición de flores y plantas, bailes, conciertos, corridas de toros, competiciones caballos, justas literarias, € y con el tiempo, en 1891, la Batalla de Flores. Al establecerse la Feria en torno a la Fira de Sant Jaume, las corridas de toros fueron los actos que más pesaron, pues antes de que naciera el hecho ferial era el acontecimiento más importante de la ciudad en Julio.

La Feria de Julio creció con fuerza. Sufrió parón en la última pasada guerra civil. También tuvo su ola de calor, como ahora, pero más fuerte, pues en la de 1962, los termómetros llegaron a marcar los 41 grados, a pesar de que en absoluto se hablaba de cambio climático. Fue un año de gran sequía donde peligró toda la huerta circundante y de manera especial la ahora desaparecida y aniquilada por las Universidades huerta de Vera, vecina y cercana a la Feria.

La moda de las bicicletas fue ya un invento de la Feria de Julio, que organizaba todos los años concursos de velocípedos, el nombre original e histórico de estas máquinas de moda. A Enrique Ginés le llevaba un paisano suyo de Castellar a los pabellones de la Feria a presentar espectáculos por la noche vestido de smokin en el portamaletas de una bicicleta en los años sesenta. No había otra cosa.

Los militares, hoy tan denostados por algunos exquisitos de la progresía, tenían un papel importante en la distracción del gentío en la Feria. Hacían retretas, desfiles, portando carrozas alegóricas por la noche acompañando todo con músicas militares, con solistas y florituras de prestigio. Se unían así al barroquismo mediterráneo valenciano laico que utilizaba el escenario o marco del paseo de la Alameda, en derredor de la Fuente de las Cuatro Estaciones -copiada de una de Lyon- instalada en 1861, para sus exteriorizaciones folklóricas julianas, el único lugar donde se podía celebrar este tipo de celebraciones y maniobras, dada la apretujada trama urbana de la ciudad de los conventos.

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