Aunque seguramente escribir no sirve para nada, es la única forma de desahogo civilizada que evita la humillación completa y permite acostarse con dignidad pensando que se ha cumplido un deber cívico. Creo que este es el cuarto artículo que escribo sobre el tema del botellón, y pensé que no iba a escribirlo, pero esta mañana luminosa y fresca de domingo he visto como una joven pareja, con un carrito de bebÉ, buscaba inútilmente un banco donde sentarse en los jardines de la Avenida de Blasco Ibáñez. La tarea era prácticamente imposible, ya que todos los que ocupaban la parte de la Avenida situada entre las Plazas de Honduras y del Cedro estaban cubiertos de botellas, latas, bolsas de plástico y orines.

Ocurre casi todos los domingos, en varios puntos de la ciudad, pero habitualmente las brigadas de limpieza, desde muy temprano, intentan retirar la basura y asear los espacios pisoteados, pero hoy no han pasado, quizá porque ya no dan abasto. Me he sentido avergonzado de vivir en un barrio en el que pasan cosas así, y he estado tentado de habilitar un banco para ellos, pero era tarea imposible por el volumen de inmundicia acumulado. ¿Se imaginan algo parecido en cualquier ciudad decente que conozcan o hayan visitado recientemente?

Está casi todo dicho sobre la impunidad con la que el botellón se sigue practicando en Valencia, y poco o nada se puede añadir, pero el que lo sufre en sus carnes no puede dejar de indignarse cada fin de semana como si fuera el primer día. El consumo masivo de bebidas alcohólicas en lugares públicos, durante las horas de sueño, degrada a la ciudad, desquicia a los vecinos que lo padecen y genera una cultura de ocio insana. Varios días a la semana, durante todo el año, cientos de vecinos asisten con impotencia, rabia e indignación a la violación flagrante de su derecho sagrado al descanso sin que nadie haga nada. Bares que incumplen los horarios de cierre, aceras invadidas, establecimientos comerciales abiertos toda la noche, grupos de jóvenes que beben, cantan, gritan y se pelean al pie de las ventanas es el pan nuestro de cada noche festiva.

¡Cómo creer en grandes proyectos de transformación cuando no se es capaz de resolver problemas de convivencia y respeto cotidianos! Los países y las ciudades influyentes a largo plazo son los que dan ejemplo y mantienen limpia su casa. Gobernar no es sólo construir infraestructuras y gastar dinero público, sino también evitar que unos pocos puedan restringir derechos básicos de todos. Los políticos pasan, el problema permanece y los ciudadanos siguen siendo ninguneados. ¿No saben, no pueden o no quieren? Si es que no lo tienen claro, parques y jardines habitables, y noches en silencio, son bienes comunes por excelencia, para ir dando ejemplo.