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Sobrevive un ficus impresionante

Jardín de Gigantes

Destacan como especies botánicas, además del enorme ficus, una enredadera de trompeta o jazmín de Virginia, inmenso tapiz que cubre el muro trasero del palacete de los Trénor

Tras cruzar el umbral de Les Corts Valencianes y penetrar en el patio interior, lo primero que suele escucharse son exclamaciones. ¡Oh!, ¡es inmenso!, ¡no es posible! En especial, si son visitas de escolares o de políticos recién aterrizados. Por desgracia, estos últimos suelen obviar su presencia a velocidad de vértigo, por más que se trate del único representante de los árboles monumentales en la sede del Legislativo valenciano.

Lo dicho: una vez pasada la primera y colosal impresión, el árbol no cuenta para el resto de la legislatura. Tampoco se recuerda lo que ocurrió hace veinte años, aunque en su momento causó un gran susto y no menos revuelo. Eran alrededor de las tres de la tarde del 4 de febrero de 1.998 cuando uno de los árboles más impresionantes de la ciudad, y aun así desconocido por la ciudadanía, dejaba mudos a los parlamentarios. Uno de los dos gigantescos ficus de hoja de magnolia se vino abajo. Afortunadamente, no hubo heridos. Solo una de las elegantes vidrieras modernistas que iluminan la espléndida escalera volada saltó por los aires.

Los despojos inmensos de lo que fue un verdadero gigante cruzaban de parte a parte el patio. El miedo estaba servido, el desconcierto lo acompañaba y la mirada inquieta de sus señorías pronto apuntó hacia el otro ficus. La primera pregunta era obvia y urgente: ¿se va a caer también? La segunda exigía mirarse el ombligo: ¿por qué ha caído? La investigación demostró que fue porque los dos habían sufrido a lo largo de su vida numerosos y poco apropiados cuidados, entre ellos podas severas, que les ocasionaron graves desórdenes fisiológicos, patológicos y biomecánicos. Al haberse impedido el enraizamiento natural de sus llamativas raíces colgantes, se limitó la estabilidad. Si se añaden las modificaciones y transformaciones que se llevaron a cabo hasta los mismos pies de los árboles, como el rebaje y compactación del nivel del suelo, las zanjas y la supresión de raíces realizadas durante las obras de restauración del Palacio, la sentencia estaba dictada.

Pero tal vez lo peor es que no son temas superados. La tragedia ha vuelto a repetirse hace unas semanas. Esta vez, el árbol caído es uno de los monstruosos ficus del Jardín de Ayora. Un árbol monumental menos, en cuya caída hay que constatar, como en el caso de Les Corts, que no estuvo acompañada ni de lluvias torrenciales ni de fuertes vientos. Hace unos días, una niña de tan solo cuatro años de edad le explicaba a su madre lo acontecido: «lo han derribado, es como si yo te empujo y te tiro».

De los Borja a Azaña

¿Quiénes eran aquellos extraños árboles, tan familiares como desconocidos, que formaban la parte botánica más destacable de este antiguo jardín? El patio de Les Corts era y es uno de los espacios públicos menos conocido de la ciudad. Su origen se remonta al momento en el que la influyente familia gandiense de los Borja, dirigida en aquel momento por el futuro papa Alejandro VI, decidió sentar sus reales en la capital y culminó en 1520 un palacio gótico, que ya incluía el jardín en la parte trasera. Tras pasar por infinidad de vicisitudes, propietarios, usos, transformaciones y abandonos, a mediados del siglo XIX, en estado casi ruinoso, fue transformado en una fábrica de hilaturas y torcidos de seda. Tras el fracaso comercial, uno más de los causados por una industria sedera que languidecía, los propietarios decidieron desmantelar la fábrica y emprender la reforma general del palacio para promocionar sus relaciones sociales. A caballo entre los dos siglos, se celebrarán grandes fiestas en las estancias del edificio y, por supuesto, en el jardín. En ese periodo cambió su nombre por el de Palacio de Benicarló y fueron plantados los dos ficus de hoja de magnolia, sin que se conozca el momento exacto ni la mano benefactora que lo hizo.

Entre noviembre de 1936 y octubre de 1937, el Palacio albergó el Gobierno de la Segunda República. Durante los once meses en los que València fue capital del Estado, los dos ficus cobijaron tanto conspiraciones políticas como tertulias literarias, esperanzas y terrores. Curiosamente, Azaña tituló La Velada en Benicarló una de sus principales obras, aunque no tiene como marco este palacio que tan bien conoció. Al concluir la guerra, el edificio retornó a manos privadas y fue utilizado de nuevo como vivienda habitual. De esta época existen testimonios de que el jardín se encontraba atendido y cuidado, incluso detalles familiares como que los niños jugaban entre las raíces aéreas de los árboles pero tenían prohibido colgarse de ellas.

A principios de la década de los 70, el palacio fue vendido al Estado y se instaló en él la Jefatura Provincial del Movimiento Nacional, lo que trajo otro período de descuido y abandono. Con la llegada de la democracia, el palacio fue cedido por el Ministerio del Interior a la recuperada Generalitat para albergar el parlamento valenciano. Entre finales de los 80 y mediados de los 90 se llevaron a cabo obras de remodelación en el palacio y se estableció la configuración del jardín tal y como hoy lo conocemos.

Un jardín de retales

Ahora se distinguen claramente dos niveles a diferente altura. El primero se corresponde con el espacio destinado históricamente a jardín del palacio, donde se encuentra el ficus; el segundo procede de jardines, huertos y patios interiores pertenecientes a las otras propiedades que conforman la manzana institucional, que con el tiempo se han ido integrando en el complejo parlamentario, y en el que destaca una pequeña colección de palmeras y un torreón de ladrillo caravista. Enlaza los dos niveles una fuente de mármol blanquísimo, compuesta por un estaque circular, una escalinata y tres estanques situados en el nivel inferior, todos unidos por una elegante canaleta.

Destacan como especies botánicas, además del ficus, una enredadera de trompeta o jazmín de Virginia, inmenso tapiz que cubre el muro trasero del palacete de los Trénor. A sus pies prospera un grupo de palmeras chinas de abanico y un cocotero plumoso. Además, hay dos árboles plantados para conmemorar el Día del Árbol: una palmera datilera y un almez. Por desgracia, la marmórea fuente está seca. Las canalizaciones con el agua en constante movimiento, esencia de la restauración, han degenerado en vulgares jardineras. Un popurrí de plantas, sin duda de gran valor pero poca prestancia, se amontona en la parte baja del jardín. Algunas conmemorativas: un castaño de indias enfermo, en homenaje a Ana Frank, una higuera de Burjassot cuyo único futuro es convertirse en bonsái, una alfábega que cada año regala el pueblo de Bétera? El llamativo albero que cubre el suelo del jardín está muy mermado, de manera que comienzan a asomarse algunas piedras. Y parece demasiado afilada la lámina de metal que separa el albero de las raíces del ficus: un pequeño traspiés de algún visitante podría resultar grave.

Dada su proximidad a la plaza de la Virgen, las palomas lo pueblan, aprovechando la protectora presencia del colosal árbol para cobijarse, y defecar. Para intentar remediarlo se instaló un sistema de aspersores en lo alto de la copa del ficus con la intención de disuadir a las aves sin dañarlas. No dio resultado, y las múltiples mangueras que se colocaron permanecen colgando del monumento, inutilizadas y, lo que es peor, engullidas poco a poco por el crecimiento incesante del árbol.

Sacrificio productivo

La conmoción política que causó el gigante abatido en la arena parlamentaria se alargó varios años. Pero, en lugar de ceder al miedo inicial y talar el ficus superviviente, se intervino delicadamente en él. Fueron diseñados unos tutores especiales para facilitar el enraizamiento de las raíces colgantes. La Real Casa de la Moneda también quiso sumarse y editó en el año 2003 un sello conmemorativo, con una tirada de un millón doscientos mil ejemplares. Uno de los homenajes más sentidos de la Cámara fue la decisión de levantar una escultura en homenaje al árbol caído. La pieza «Ficus 98» muestra la sección transversal del tronco y contiene información sobre la vida de la especie y la historia del árbol, también en braille.

Pero la consecuencia más importante para todos los árboles ancianos de la Comunitat llegó en mayo de 2006. Quizá todavía impactados por la caída del gigante, los parlamentarios aprobaron por unanimidad la Ley de Patrimonio Arbóreo Monumental. Se ponía fin a un tiempo de impunidad y expolio, en especial de los olivos milenarios del Maestrazgo, que desparecían ante nuestra atónita mirada sin que hiciéramos nada para evitarlo. Uno de estos olivos acabó en la puerta trasera del parlamento valenciano.

La Ley puso fin al amargo desamparo legal y los árboles monumentales pudieron tomar aire, pero el objetivo se encuentra todavía muy lejos. El ficus desplomado hace unos días en el Jardín de Ayora lo vuelve a demostrar. Por tanto, a la pregunta de si el ficus de Les Corts continuará creciendo, la respuesta es sí, en el caso de que lo sepamos cuidar. Feliz día de la Comunitat Valenciana, también para sus pobladores más ancianos.

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