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Investigación

La Santa Reina 'descansó' en Alboraia

Los asaltantes al monasterio no encontraron la urna que habían resguardado las religiosas

La Santa Reina 'descansó' en Alboraia

Hay leyendas que parecen historias e historias que parecen leyendas, éste es el caso del tema de hoy, sus protagonistas totalmente anacrónicos, Teresa Gil de Vidaure, tercera esposa del rey Jaime I, sus dos hijos y un matrimonio de Alboraia, Vicente Tortosa Donat y su esposa, Remedios Davis nacidos a finales del siglo XIX. Pasados casi siete siglos, las circunstancias sociales hacen que estos personajes se encuentren y que este matrimonio entre a formar parte de la extensa historia de Teresa Gil de Vidaure.

La tarde del 11 de mayo de 1931, el monasterio de la Zaidía, sufre el ataque de una masa incontrolada, tras pasar el hall decorado con imágenes de Santa Lutgarda, Santa Gertrudis, San Benito y San Bernardo, se dirigen al torno, que destrozan a hachazos y se introducen por él, los asaltantes encuentran el Monasterio vacío y tampoco está lo que buscan, una urna forrada de damasco carmesí con galones de oro, una urna que se encontraba en el comulgatorio de la parte del evangelio de su iglesia, las religiosas que habían huido unos días antes, lo habían puesto a buen recaudo, un corto viaje a un lugar seguro. La urna contenía el cuerpo incorrupto de Teresa Gil de Vidaure, tercera esposa del Rey Jaime I.

Teresa Gil de Vidaure nacida a finales del siglo XII en Navarra, hija de Juan Gil de Vidaure y de Toda Garcés de Azagra, siendo muy joven conoció a Jaime I que quedó prendado por su belleza. Con el fin de conseguir sus favores, el rey prometió a la joven matrimonio cuando consiguiera la anulación de su primera esposa Leonor de Castilla. La relación se inició a la espera del cumplimiento de su promesa, pero esta nunca llegó, Teresa rompió la relación al conocer la boda de Jaime I con Violante de Hungría. Tras el desengaño, casó con Sancho Pérez de Lodosa con el que tuvo un hijo, enviudando a los pocos años lo que motivó el retomar la relación con el rey, casado aun con Violante, cuando ésta murió en 1251 ya habían tenido dos hijos extramatrimoniales, Jaime y Pedro. Fueron los años más felices de Teresa que emprendió una oficiosa vida real con Jaime I. En 1265, el Rey conoce a Berenguela Alonso, la que sería su nuevo amor y que le hace olvidar su relación con Teresa, en 1266 Teresa Gil de Vidaure emprende viaje a Roma junto a su hermano para entrevistarse con el Papa Clemente IV con el fin de que diera como válido su «matrimonio» con Jaime I, apoyándose en su promesa de matrimonio, «per verba de futuro», realizada ante el Obispo de Gerona y que nunca se llegó a formalizar y así frenar la nueva historia amatoria del rey.

Regresando de Roma, el barco que traía a Teresa Gil de Vidaure y a su hermano es abordado por los piratas, siendo apresados. Pedro Nolasco seglar todavía negoció con los piratas su liberación.

El Papa Clemente IV valida el matrimonio y contesta a la misiva enviada por Jaime I, donde aducía su falta de compromiso con Teresa por estar enferma de lepra y solicitaba la anulación de esa decisión papal€ «Nos admiramos -le dice- de que tengas osadía de hacernos tal súplica, contraria a Dios, abominable a los Ángeles, monstruosa al juicio de los hombres. Pues no debiste creer que quisiéramos disolver un matrimonio verdadero y ser partícipes de uniones ilícitas. Sabemos por ti mismo que habiéndote casado «per verba de futuro» con una noble mujer llamada Teresa, según lo manifiesta tu carta, aun cuando en su principio no hubiera sido verdadero matrimonio, trocose en verdadero y consumado por cópula carnal subsiguiente. ¿Cómo, pues, podrá separar el Vicario de Dios a quienes Dios unió? Lejos de nosotros tal crimen».

Al no conseguir el monarca la anulación de su matrimonio, recurrió por el orden civil ante las autoridades de València que accedieron a su petición de divorcio, fundándose en la contagiosa enfermedad que aquejaba a la dama, con el único fin de casarse con su nueva conquista Berenguela Alfonso, hija del infante Don Alonso de Molina.

En 1265 Teresa Gil fundó un convento de religiosas del Cister bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia Dei, en la casa palacio que anteriormente había sido propiedad del moro Zaidi y que le fue donada por Jaime I en 1255.

En este convento se refugió Teresa Gil después de convencerse de que nada había que hacer con su marido el Rey. Cuando se recuperó de su terrible dolencia pero no de su desengaño amoroso, decidió ingresar en clausura y no aceptó más dignidad que la función de portera rechazando la de abadesa ofrecida por las religiosas. Murió allí el 15 de Julio de 1288, según consta en su lápida del Monasterios de Gratia Dei de Benaguacil.

En 1517, el rio Turia se desbordó y sus aguas llenaron la Zaidía, las religiosas abandonaron el convento, cuando pudieron regresar vieron como el agua había levantado el suelo de la Iglesia, dejando al descubierto el cadáver de la reina, que había sido enterrada en el presbiterio del templo. Su cuerpo se encontraba incorrupto y las religiosas lo depositaron en un sepulcro de mármol que fue colocado a la izquierda del altar mayor.

En 1617, para cumplir la última voluntad de una abadesa en trance de muerte, se abrió el sepulcro y la reina permanecía con la frescura del mismo día de su muerte, se le vistió con un nuevo hábito y se colocó en una urna forrada de damasco carmesí con galones de oro, con una tapa lateral que podía abrirse y contemplar su cuerpo a través de un cristal.

La noche del 10 de mayo 1931 el Monasterio de la Zaidía recibe la visita de una camioneta de la que bajan dos hombres, recogen una caja de un gran tamaño además de otros enseres, no saben lo que transportan solo obedecen ordenes de sus señores, la camioneta se dirige hacia el norte de la ciudad y sale de ella, la dirección€ una alquería en término de Alboraia, entre el mar y las vías del tren, junto a una ermita. El cuerpo incorrupto de la Santa Reina, junto al osario de su hijo Jaime y de su esposa Elfa Fernández de Azagra, descansaron hasta el inicio de la Guerra Civil Española en la parte trasera de la alquería, una estancia independiente y sobre una cómoda disimulada por una cubierta de crochet, dentro de un arcón muy parecido a una arquilla gótica, forrado de un damasco carmesí con infinidad de galones dorados sujetos con tachones de bronce, se encontraba deteriorado y la madera de roble asomaba por infinidad de lugares.

Empezada la guerra y para evitar problemas, la familia Tortosa-Devis, propietarios de la alquería y muy unidos a la Orden del Císter del Convento de la Zaidía, deciden hacer «desaparecer» el cuerpo de la Santa Reina, así como los restos de su hijo y su nuera que son introducidos en una urna de mármol blanco, pero se encuentran con un problema, la gran estatura de Teresa, el médico amigo de la familia, don José Llistar, decide serrar las piernas de esta con el fin de poder doblar el cuerpo e introducirlo en la urna, pasados más de 700 años de su muerte su cuerpo vestía el hábito de religiosa de la Orden del Císter, se conservaban en perfecto estado los pies y una de sus manos, su cara conservaba los ojos , la nariz, la boca, el labio inferior , los dientes... aun se podía contemplar la serenidad que desprendía y los efectos de la lepra en uno de sus brazos. La urna de mármol blanco se introdujo en un foso que se practicó bajo el pesebre de las vacas, dentro de él se colocó una nota manuscrita en la que se indicaba a quién pertenecían los restos allí enterrados en previsión de cualquier acontecimiento desafortunado durante la fratricida contienda.

Finalizada la guerra, Vicente Tortosa Donat y su esposa, Remedios Davis recuperan la urna enterrada, en ella se ven los estragos de la humedad, el cuerpo de Teresa Gil de Vidaure que había sido depositado encima de los huesos de su hijo y de su nuera, aparece totalmente deteriorado. Todos los restos fueron entregados a la abadesa del Monasterio de la Zaidía, donde fueron separados, los de Teresa Gil se introdujeron en una urna relicario de madera y cristal; en 1963 cuando pasaron al nuevo Monasterio de Benaguacil permanecieron en el Locutorio grande durante unos años para luego emparedarlos en el muro que comunica la Iglesia con el claustro. Su hijo y su nuera descansan en un sarcófago de piedra en la Sala de los Príncipes del mismo Monasterio de Gratia Dei de Benaguacil. De momento, la historia de Teresa Gil finaliza en los muros del Monasterio, pero nunca se sabe con la Santa Reina€

Como parte de nuestra investigación para la confección de este artículo, Verum Valentia, visitó el Monasterio de Gratia Dei en Benaguacil, allí pasamos una de esas mañanas que guardaremos para el resto de nuestras vidas. La abadesa, Madre Encarnación, nos regaló la visita a la clausura, pensábamos que el tiempo se detendría en la puerta de acceso a ella y es cierto que pasamos a una especie de paraíso de paz pero descubrimos una Comunidad actualizada a estos tiempos, visitamos sus dependencias principales y vimos sus tesoros. Pero el regalo más importante estaba por llegar, conocimos a la hermana Isabel, historia viva del Convento de la Zaidía, postrada en una cama, los 92 años de su cuerpo ya no acompañan a su lúcida cabeza, hablamos sentados a los pies de su cama de vivencias, de historia, de recuerdos y terminamos con una promesa, volveríamos para leerle este artículo.

Nuestro recuerdo a las hermanas de la Comunidad, especial recuerdo para la dulzura de la hermana Raquel, para la frescura y comprensión que emana la Madre Encarnación y en especial para ella, la hermana Isabel, por la sabiduría que dan lo años y por ser historia viva de la Zaidía.

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