Entre el Jardín Botánico y el Jardín de las Espérides se levanta desde hace tiempo una especie de campamento de personas sin techo que ayer vivieron su primera Navidad en este claro ejemplo de exclusión social. Alí viven, o sobreviven, decenas de personas de muchos puntos de España, del extranjero y también de la terreta. Todo ellos tienen en común la pobreza, la falta de un hogar y un futuro incierto, pero no por ello se pasan el día lamiendo las heridas o lamentándose de su situación. A su manera y dentro de sus escasas posibilidades, también «celebraron» la Nochebuena. Muchos se fueron a la cena que había organizado una entidad allí cerca y el resto se quedó en su tienda, a solas o con el vecino de lona. Lo que más les gustó, curiosamente, fue que las ONGs no les atosigaron con sus ofrecimientos. Y también estaban gratamente sorprendidos con la Policía Local, que lejos de apercibirles de desalojo, les llevó gambas.

Ayer por la mañana era, por tanto, un día de cierta calma en esta fila de tiendas de campaña. Muchas personas dormían y otras tomaban el sol a la espera de que el día les sorprendiera.

Entre las tiendas quedan restos de comida, básicamente fruta o cazuelas con alguna suerte de guiso. Y también había varios árboles de Navidad, medianamente adornados e incluso salpicados de algún «regalo». Es una Navidad muy particular, pero una Navidad al fin y al cabo. Y como toda Navidad, con buenos propósitos.

Jaime, canario de nacimiento, es de los que se levanta ya con su botella de vino en la mano. A su lado, en cuclillas apoyado en la pared, está Antonio, que guarda en un vaso de plástico tres gambas de las que repartió la policía.

«Aquí tenemos buen espíritu y buena onda. Yo cené menestra y el marisco que nos dieron», dice Jaime, que coincide con sus compañeros en valorar positivamente el hecho de que las ONGs no les hayan «agobiado». «Algunas veces parece esto una carrera a ver quien nos da más cosas o hace más cosas», comenta Moisés, un venezolano que asiste a la conversación.

En su caso, dice no recordar lo que cenó ayer, o si alguien cantó villancicos, cosa que no ocurrió. «Yo el pasado quiero olvidarlo, solo pienso en el futuro, porque el mundo nos ha fastidiado tanto que prefiero quedarme fuera de él», dice.

Quien sí sabe lo que cenó es Laura, una mujer de mediana edad procedente de Toledo que vive en este campamento con su pareja. Tomó fiambre, las gambas de la policía y una botella de vino, «lo típico de la Navidad». Su único problema, dice, es que no tiene casa y además es la primera vez que se ve en esta situación. Pero no está triste. «Estoy con mi pareja y estoy viva, qué más puedo pedir?», se pregunta.

A un albergue tiene claro que no quiere ir, porque los separan, a la pareja, y a las ocho de la mañana los ponen en la calle. «Aquí tengo mi tienda todo el tiempo», dice.