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Verum Valentia

Agustinas, las Teclas, custodias de tres Lugares Vicentinos

En 1693 el Arzobispo de Valencia costeó una estatua de mármol del Santo, sedente y vestido con una túnica romana apoyaba su cabeza sobre una de sus manos. Es conocida como «San Vicent el pobret» y podemos disfrutar de ella en la Iglesia de Cristo Rey.

Agustinas, las Teclas, custodias de tres Lugares Vicentinos

Volvemos a celebrar una de las fiestas mas antiguas de la ciudad de València, el homenaje que hacen sus ciudadanos a uno de sus patrones, San Vicente Mártir, aquel diácono que murió en el siglo IV después de ser torturado junto al obispo Valero, por orden del Gobernador Romano Daciano.

Conocemos la historia del santo y los Lugares Vicentinos gracias a una obra épica, escrita 100 años después de los hechos, que relata la «Passio Sancti Vicentis», pero desconocemos la extraña vinculación de las religiosas Agustinas Ermitañas con esos tres lugares; la mazmorra donde murió San Vicente, la escalera que daba acceso a la sala donde fue juzgado y el lugar donde fue enterrado.

Es el 8 de Julio de 1556 cuando se inicia esta relación de custodia de una forma casual que durará más de 4 siglos. En ese año, las monjas Agustinas compran varias casas con el fin de crear un convento, todas ellas alrededor de la Iglesia de Santa Tecla en la calle del Mar, gracias a la ayuda que les prestó el Canónigo de la catedral D. Miguel de Rivelles de Vilanova y Valero con la única condición de que respetaran la advocación a Santa Tecla.

Cuando decimos que la vinculación con los Lugares Vicentinos fue casual, nos referimos a que la compra de las casas alrededor de la Iglesia de Santa Tecla fue la segunda opción que barajaron las Agustinas, pues la idea inicial era instalarse en la Casa Natalicia de San Vicente Ferrer, pero la desecharon debido a los numerosos obstáculos que les pusieron los Frailes Predicadores.

Los Lugares Vicentinos que se encuentran las Agustinas en esta Iglesia son dos: una mazmorra de San Vicente y una escalera; la Iglesia tenía adosado a su lateral, por el interior, una torre donde según la tradición estuvo el calabozo donde murió el santo tras días de torturas. En ella se cuenta que su suelo estaba sembrado de macetas rotas para impedir su descanso tras las flagelaciones, apaleamientos y torturas en horribles máquinas de sufrimiento como el potro y la parrilla.

Por otro lado, en el solar que ocupaba ahora la Iglesia, se encontraba lo que fue el pretorio romano, lugar donde se celebró el juicio de San Vicente y San Valero. Las escaleras que daban acceso al tribunal fueron salvadas cuando se derribó el edificio, por ellas subieron los dos santos para ser juzgados, se encontraban en la parte de la Iglesia recayente a la Calle Ribelles, actual Luis Vives. Estas escaleras sufrieron una variación en 1768, en su lugar se decidió colocar el torno y se dejaron únicamente 8 gradas o escalones.

El Convento en sí no ofrecía ningún valor arquitectónico, fue realizado añadiendo las casas contiguas a la Iglesia de Santa Tecla, hoy en día podríamos decir que el convento ocupaba la manzana que queda delimitada por la Plaza de la Reina, la calle de la Paz, La calle Luis Vives y la calle del Mar, a la que tenía las dos puertas de acceso.

La historia de esta Iglesia nos lleva, como en tantas ocasiones a Jaime I; éste cede unas viviendas a varios clérigos de Tarragona con la condición de que levantaran una Iglesia y se la dedicaran a su patrona Santa Tecla. Este primer templo, estuvo en pie hasta 1580 y se derribó para construir otro de nueva planta, obras que duraron hasta la víspera de Navidad de 1693.

La nueva iglesia

La nueva Iglesia era de una sola nave, se extendía todo lo largo del solar y su muro formaba la acera derecha de la primera manzana de la calle del Mar, con sus dos puertas de acceso. La Iglesia disponía de 6 capillas abiertas a la nave central por medio de arcadas; dos mayores a cada lado: una dedicada a Nuestra Señora de los Desamparados y otra al Beato Nicolás Factor en la parte del Evangelio y en la de la Epístola una a los Santos Reyes y otra a San Vicente Ferrer. Bajo el coro alto y a los pies de la Iglesia había dos pequeñas capillas dedicadas a San Roque y San Vicente Mártir. La puerta de la Iglesia daba a un amplio atrio con dos salidas laterales a la calle del Mar, como hemos comentado antes. En ese amplio atrio se encontraban dos capillas que durante siglos fueron los lugares mas venerados de la ciudad de València: la Capilla del Santo Cristo del Rescate y la Capilla del calabozo de San Vicente Mártir. Ambas capillas, al encontrarse en el atrio podían ser visitadas aun estando cerrada la Iglesia.

En 1639 la Capilla del calabozo del Santo fue remodelada gracias al Arzobispo de Valencia D. Isidoro Aliaga. En su interior se colocó un retablo compuesto por seis escenas en mármol que representaban la historia de su cautiverio y en su parte delantera la capilla estaba delimitada por una balaustrada de mármol travertino justo delante del torreón. A cada lado de la entrada a la mazmorra se colocaron dos pequeñas figuras de aproximadamente 1 metro de altura y simétricas representando a dos jóvenes romanos que sujetaban con sus manos un dintel sobre el que descansaban, en cada extremo, dos columnas que enmarcaban un enorme altorrelieve en mármol que representaba un momento de las torturas soportadas por el Santo.

Se colocaron unos barrotes en la puerta de la celda y dentro de ésta se dispuso una estatua de mármol de San Vicente sedente, vestido con una túnica y con la cabeza apoyada sobre una de sus manos con gesto de meditación en su cara. Esta estatua fue conocida popularmente y de forma cariñosa como San Vicent «el pobret».

En los días festivos, se le adornaba con una corona y un collar ambos de plata y una hoja de palma apoyada en su brazo izquierdo. También los ocho escalones que se encontraban debajo del coro y que se podían ver a través de la reja de la clausura, eran adornados los días festivos cubriéndolos con un paño de damasco carmesí sobre el que se colocaban ramos de flores, cincuenta velas encendidas con 12 santos de plata y una imagen de San Vicente Mártir en lo alto de la escalera.

Protectoras

Como hemos visto, las monjas Agustinas, conocidas popularmente como «Las Teclas» fueron las protectoras de estos dos lugares Vicentinos pero había otro emplazamiento en la Iglesia muy venerado por los fieles y que indirectamente también estaba representado por el Santo; éste se encontraba en el exterior de la Iglesia, justo en el ángulo que enfrentaba con la calle Campaneros; era una hornacina con una cruz de madera que se cree que fue colocada por San Vicente Ferrer y que luego se acompañó de dos imágenes de talla, una a cada lado de los dos Santos Mártir y Ferrer.

A finales del siglo XVIII, coincidiendo con la beatificación de otro de los beatos ilustres de nuestra ciudad, se realizaron unas obras para ampliar la Iglesia hacia la parte del Transagrario, colocándose en la pared exterior de la Iglesia recayente al Sagrario, actual calle de Luis Vives, un retablo del Beato Nicolás Factor con una lápida en mármol negro que decía «Este es el lugar de la casa donde nació el beato Nicolás factor». Una mas de las casualidades al comprar las casas alrededor de la Iglesia para formar el Convento.

A finales del siglo XVII San Juan de Ribera reformó las reglas de las Agustinas observantes fundando las Agustinas descalzas y a esta reforma se acogieron las Agustinas Ermitañas de Santa Tecla; por esta razón pasaron a depender del ordinario aunque conservando la misma regla y constituciones de la orden de San Agustín. La primera priora de este Convento fue Sor Felicitas Pardo. La guerra contra los franceses, obligó a la comunidad de religiosas Agustinas del Convento de San Julián, que se encontraba extramuros, a refugiarse en este Convento de Santa Tecla el 24 de Junio de 1811 mientras el General Moncey atacaba la Ciudad por la puerta de Quart. En 1837 se suprime el Convento de San Fulgencio y las monjas de Santa Tecla acogieron a las religiosas del Convento de Nuestra Señora de la Esperanza, derribado en 1812 y que estaban refugiadas en él.

Al estallar la Revolución Gloriosa de 1868, la Junta Revolucionaria de Valencia, presidida por José Peris y Valero, hizo derribar algunos conventos alegando razones urbanísticas, entre ellos los de Santa Tecla y San Cristobal, pasando todas las religiosas que lo habitaban al Convento de Santa Catalina de Siena. El 16 de Octubre de 1868 las monjas lucharon por salvar los dos Lugares Vicentinos que se encontraban en el Convento pero solo se pudo salvar uno de ellos; la mazmorra. Los sillares, la estatua de San Vicente y el altorrelieve fueron depositados en la Capilla del Hospicio de Nuestra Señora de la Misericordia. Peor final tuvieron los ocho escalones, aquellos restos de la escalera que un día subió el Santo para escuchar su sentencia, fueron pasto de la piqueta. Muchos fieles acudieron con martillos para arrancar trozos de estas gradas y conservarlos como reliquia. Ese mismo día fue derribado y solo quedo en pie, temporalmente, la Capilla de la mazmorra totalmente desnuda y cubierta con una lona; gracias a una comisión nombrada por el ayuntamiento popular, que dio esperanza de que se pudiera salvar el Santo Lugar. La procesión del Santo Patrono visitó el 22 de enero de 1869 por última vez la Capilla en pie ya que posteriormente fue derribada para dar paso a la actual manzana, diseñada por el arquitecto Joaquín Belda.

Traslado a la Roqueta

Los años pasaban y las agustinas continuaban en el Convento de Santa Catalina de Siena. En 1879 otro lugar Vicentino se cruza en la vida de estas monjas; el día 27 de noviembre ante el notario José Ramón Calvo y Perlada formalizan la compra del antiguo Convento de la Roqueta que en ese momento estaba convertido en viviendas y en una posada, y su Iglesia usada como almacén de trapos. La compra se realiza al empresario Pedro Enrich, que se lo había quedado tras la desamortización de 1835, el precio de compra ascendió a 100.000 pesetas. Las monjas agustinas pasaban de nuevo a ser custodias de otro lugar Vicentino; el lugar en el que según la tradición fue enterrado el Santo. Las monjas se trasladan a su nuevo Convento en Julio de 1881 después de realizar las obras y reformas necesarias dirigidas por el arquitecto Antonio Martorell. Se sitúan en la planta baja y alrededor del claustro, la sala de juntas, el refectorio con dos ventanas que salen al huerto, la cocina con dos grifos de agua potable y un gran locutorio más otro menor con las puertas que daban acceso a la clausura, el torno y el comulgatorio.

En el piso primero se construyeron 23 celdas, con suelo de azulejos, compuestas por salita con alcoba y cuarto ropero; todas ellas con ventanas a los campos y huertos colindantes y entrada por el claustro. En el segundo piso se encontraba la enfermería con cocina propia y el noviciado. Pero el edificio en que las Agustinas pusieron mas empeño para proseguir con su labor de custodias fue la Iglesia, reabierta al culto el 22 de enero de 1882 con la celda del martirio de San Vicente colocada en su interior, en uno de sus laterales. El traslado de la cárcel y su colocación fue costeada por una persona anónima y se encargó de la dirección de los trabajos el Marqués del Tremolar. Tal vez por desconocimiento de las monjas, quedó cubierto de escombros y después tapado por la nueva obra, el lugar de culto que los antiguos ocupantes del convento, los frailes Bernardinos, enseñaban a los fieles que lo solicitaban con tanta devoción; se trataba del horno de cal donde según la tradición fue enterrado San Vicente. Este horno se encontraba debajo de la cúpula, antes de llegar al presbiterio y más hondo que el nivel del piso.

Durante las festividades, los frailes repartían un puñadito de polvo que los fieles guardaban como reliquia. Junto a la Iglesia se construyeron de forma independiente habitaciones para el vicario, el sacristán y la mandadera. El Convento de la Roqueta pasó a denominarse de San José y Santa Tecla y gracias a la intervención social y política en varios momentos de su historia, el edificio y también la Iglesia se pueden disfrutar en la actualidad en la calle San Vicente a la altura de la Plaza de España.

Entre mayo y julio de 1936, las monjas Dominicas del Convento de Nuestra Señora de Belén pasaron al de la Roqueta al verse obligadas a vender el suyo; durante la guerra también el de Santa Tecla fue incautado. Una vez finalizada la guerra regresaron al convento 15 monjas a las que mas tarde se les unieron otras 5 provenientes del convento de las Agustinas de Santa Lucía de Alcira. El 23 de diciembre de 1944 las religiosas del convento de San Julián pasan a residir a la Roqueta formando así una comunidad de 31 religiosas.

Problemas económicos en 1953 las llevan a vender los huertos que rodean el convento, unos 500 metros a la Provincia Agustiniana de Castilla que construye el colegio de Santo Tomás de Villanueva, años mas tarde les venderán la totalidad de los 2001 metros cuadrados. Las monjas, muy debilitadas económicamente a pesar de las ventas, se ven incapaces de mantener y reparar todos los problemas ocasionados por las humedades y deciden abandonar el convento el 2 de septiembre de 1973 para trasladarse de modo provisional a la enfermería del seminario de Moncada mientras construían un nuevo y sencillo convento en la partida del Realón en Picassent.

De esta manera se puso fin a más de 400 años de custodia, una relación de salvaguardia que empezó de forma casual con la creación de aquel convento junto a la Iglesia de Santa Tecla de la calle del Mar. Nuestro homenaje a esas religiosas que durante siglos cuidaron, vigilaron y conservaron estos Lugares Vicentinos; especial recuerdo para Sor Concepción y Sor Esther últimas religiosas de este convento y que muchos recordamos con cariño.

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