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La plaza de las flores

La plaza de las flores

Desde ayer dejó de ser tal como la he conocido siempre. Sé de sus múltiples nombres y todavía se puede ver su origen en la reproducción de la maqueta de la València de 1700 del Pare Tosca a la entrada del MuVIM. La mayor plaza de ciudad será peatonal tras el habitual ciclo pirotécnico fallero. Mientras aún estamos discutiendo sobre carriles bicis, la auténtica revolución urbana llegará en la antigua Baixada de Sant Francesc, bautizada así tras la expropiación del convento de monjas en 1835, que fue ocupado por el cuartel de caballería. Sesenta años después se demolió el recinto religioso y sobre el solar que quedó se fue urbanizando hasta ahora.

Por tanto, es una plaza relativamente joven (129 años) si la comparamos con otras de Ciutat Vella, e incluso moderna porque tuvo que adaptarse a un espacio preconcebido quedando su conocida forma ecléctica. Vamos que no es de las más bonitas. Sin embargo, el traslado del consejo municipal primero a la Casa de la Enseñanza de la calle la Sangre y la posterior construcción del omnipresente edificio consistorial la convirtieron en el centro neurálgico de la ciudad.

Pues nos hemos tragado el gran cambio urbano que representa su peatonalización entre bicicletas, patinetes y demás envoltorios. Como siempre prestamos más atención a los adornos que al fundamento. Y me hubiera gustado un transparente debate ciudadano sobre los usos que se van a dar al mayor espacio libre de vehículos. Porque si es importante que deje de ser una estación de autobuses, me temo que con la mojigatería gobernante se convierta en una plaza yerma, de paso y sinsentido.

Terrazas

Como nos han usurpado un debate que hubiera acabado en una mayor cohesión vecinal, me pregunto qué va a pasar con las terrazas de la plaza. De una forma natural deberían ocupar más espacio para el disfrute colectivo, que al final es de lo que se trata, pero como algunos ediles tienen una cruzada casi personal contra las terrazas, y por consiguiente contra el bienestar vecinal, mucho me temo que la plaza mayor de València nunca esté a la altura de las mejores. Y ni por asomo me vienen a la cabeza la de Salamanca, ni mucho menos la plaza de España de Sevilla, es que creo que tal como han planteado el tema, habrá más bullicio ciudadano en la plaza Mayor de Aínsa (Huesca) que en la nuestra. Intentar regular el ocio en una sociedad que tiende al ídem, es como ser un cristiano por el socialismo, con todos los respetos para esos militantes de la igualdad social pero que al mismo tiempo defienden el matrimonio igualitario, el aborto o la eutanasia en contra de la jerarquía eclesiástica.

Pues en pleno debate teórico sobre el futuro de la sociedad del bienestar con propuestas de una semana laboral de cuatro días, mayor conciliación familiar y otras propuestas para incentivar el ocio, vienen los guardianes del esencialismo caduco para poner nuevas puertas al campo.

Cemento

Compatibilizar el uso diario de la plaza con el turístico es otro de los grandes retos. Ya estaba pasado antes de la peatonalización, con esa convivencia entre los ciudadanos que van a sus trabajos o hacer gestiones municipales y los turistas que ocupan los aledaños de la fuente más fea de la ciudad para hacerse fotos. Eso pasa en todo el mundo.

Ahora bien, además de ganar espacio al asfalto con más cemento, la pregunta es si alguien ha pensado en una trama diferente a la habitual, con negocios que den trabajo y singularicen la victoria de un espacio histórico ganado a los coches y autobuses. Si alguien lo hecho que lo diga, porque las figuraciones que conocemos con las grandes letras de València me parecen de lo más garrulo, sobre todo ahora que vamos a ser Capital Mundial del Diseño. Por cierto, ¿se ha preguntado a nuestros contrastados y mundialmente conocidos diseñadores en pleno subidón por la conseguida capitalidad?

Precisión

El antiguo mercado subterráneo de flores que ideó Francisco Javier Goerlich Lleó fue derribado en 1961. He visto imágenes y me han hablado mucho de la «tortada», como se conocía popularmente. Era un punto de encuentro, como todos los mercados, de vecindad, de la auténtica, alejada de la actual, más pendiente de llamar a la policía local por un murmullo callejero que por entender la ciudad del siglo XXI. Los puestos de flores perdieron influencia cuando subieron al ras del suelo. Supongo que el tráfico disuade a los amantes de las flores, indecisos entre la explosión de colores y olores de un mercado. No aprovechar la circunstancia para subsanar el error en la tierra de las flores será un sacrilegio.

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