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La iglesia de San Agustín recupera los "enterramientos"

La parroquia prepara un columbario donde se podrán depositar las cenizas de los difuntos - Es la manera de garantizar a las personas creyentes la proximidad y la visita a los suyos

Iglesia de San Agustín

La costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias ha sido una antiquísima costumbre, especialmente en España, hoy reservada sólo a los dignatarios eclesiásticos y en algún caso concreto, como en la de Beniparrell, a familias de abolengo. Se atribuye a Carlos III la orden de que los enterramientos en las criptas de las iglesias dejarán de hacerse en una Real Cédula de 1787, consecuencia de las trágicas y diversas epidemias habidas en nuestro país, por razones de salubridad pública, descomposición de los cuerpos y hedor, miedo a contagios, momento en que nacieron los cementerios civiles y parroquiales.

València fue adelantada en esta materia. En 1400 el Consell General de la Ciutat ordenó la creación de dos cementerios, uno para pobres desamparados y otro para ajusticiados extramuros de la ciudad. El resto de vecinos que podían seguían siendo enterrados en los «fosars» que cada iglesia tenía bajo su jurisdicción. Conocidos eran los de Sant Andreu, Benimaclet, Sant Esteve, Sant Llorenç,… los de la catedral, donde había hasta un vaso sepulcral para náufragos; o el de San Juan del Hospital, que además tenía una capilla donde se enterraba a los maceros del Consell de la Ciutat. Todos estos lugares de enterramiento estaban fuera de los templos, pero junto a sus muros.

Una nueva práctica en materia de enterramientos en nuestra sociedad actual está adquiriendo fuerza y costumbre, la de la incinerar los cadáveres. Hasta la Iglesia, más partidaria de inhumar que de quemar los restos mortales, ya se está abriendo a este fenómeno social. Y hay una corriente incipiente en el seno de la Iglesia que quiere volver a esta tradición impedida en su día legalmente por razones sanitarias.

En València, la iglesia parroquial de san Agustín ha decidido tener un columbario, un lugar donde custodiar las urnas de las cenizas de los difuntos de aquellas familias que lo deseen. Tener a un familiar enterrado en un cementerio civil o municipal a veces es estar sometido al gusto del político mandante de turno. Y si un día a éste le da por quitar todas las cruces o imágenes religiosas del lugar, se despoja a las familias religiosas o creyentes de algo que les es natural o consustancial por sus creencias. Si las cenizas del difunto están en la parroquia a la que habitualmente acude la familia o les es más próxima, pueden ir más veces a visitarlo y evitarse desplazamientos hasta los cementerios.

La parroquia ya tiene el proyecto hecho. «Se desarrollará en torno a siete pequeños espacios de Oración y Esperanza, presidido cada uno de ellos por una de las Siete Palabras (Septem Verba) que pronunció Cristo en la Cruz y que propician una suerte de catequesis que invita al recogimiento, a la oración y la esperanza», explica el párroco Javier Llopis.

«El espacio está situado en la parte derecha de las dependencias colindantes al ábside de la iglesia. La zona era la de las antiguas oficinas parroquiales y es una esquina del templo recayente a la plaza de San Agustín, con entrada y salida tanto por el templo como a la calle de manera independiente. Está diseñado teniendo en cuenta todas las medidas y requisitos que la ley exige para este tipo de instalaciones», detalla el rector de la Iglesia.

«El ábside es lo primero que se construía en un templo, donde está el altar mayor. Los templos son, sin lugar a duda, lugares de descanso, recogimiento y reflexión, espacios con un elevado contenido espiritual a lo largo de la vida de una persona. La custodia de la urna en la propia parroquia permite el descanso eterno en suelo sagrado, allí donde el difunto ha vivido su fe y ha recibido la gracia de Dios a lo largo de su vida mientras espera el día de la resurrección, a la vez que ayuda a conservar su recuerdo y facilita la oración y visitas de los familiares, allegados y de la comunidad cristiana», añade el sacerdote.

El proyecto

«El proyecto técnico es del doctor en Arquitectura, Jaime Aparicio Fraga. Es al mismo tiempo una catequesis para el visitante, ayudando a la trascendencia y a la Esperanza en la vida eterna. El espacio, coronado por una luz cenital que inspira al recogimiento, está situado en la parte derecha de las dependencias colindantes al ábside de la iglesia, la cual pretende recuperar la tradición de situar los restos de los difuntos en la parroquia habitual con el fin de custodiar con el máximo respeto las cenizas de nuestros seres queridos», relata Javier LLopis.

«El Columbario es un espacio de arquitectura sobria y contemporánea, con materiales sencillos y duraderos: piedra y acero. Cada uno de estos espacios está coronado por una luz cenital que permite un tipo de iluminación que ayuda al recogimiento, pero que a la vez impregna el espacio de tensión arquitectónica, tiempo y gravedad. Cada uno tiene espacio para dos urnas», dice.

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