La hostelería afronta días complicados porque, consideran, restringir su horario de apertura hasta las cinco de la tarde es un agravio comparativo con otras actividades no esenciales y porque, con lo sufrido en los meses anteriores, les pilla sin recursos para afrontar la merma de ingresos. Por eso, ayer iniciaron una serie de 21 días de protesta (hasta el 31 de enero). Con el factor en contra, si se quiere, de que cada día que pasa los datos son peores y parecen reforzar la medida, cuando no la acercan al cierre total.

Lo cierto es que los profesionales escenificaron ayer las protestas en diferentes lugares a la vez. Lo hicieron, por ejemplo, en el centro y en Russafa, espacios hosteleros por excelencia. A partir de ahora sacarán cacerolas, cubiteras, lecheras, cazos y todo lo que tenga aluminio o acero inoxidable, con espumaderas y cucharones haciendo las veces de baqueta, para convertirlo en instrumento de percusión con los que interpretar su descontento. Lo llevarán a la puerta de las instituciones: Ayuntamiento, Generalitat y Delegación del Gobierno. A las cinco. «No tenemos otra cosa que hacer desde esa hora».

La hostelería protesta por el cierre "anticovid"

La hostelería protesta por el cierre "anticovid" M. Domínguez / G. Caballero / A. Iranzo

Los datos facilitados por la Coordinadora de la HostelerÍa de los Barrios de Valencia hablaban de que el volumen de facturación del primer fin de semana con la restricción a a las cinco de la tarde ha sido del 12% con respecto a lo que facturó el año pasado. Dicho de otra manera, 1,2 euros de cada diez. Más aún: «Todos los establecimientos encuestados han tenido que devolver trabajadores al ERTE y en estos momentos únicamente trabaja el 28,6% de los trabajadores de las plantillas de los locales que siguen abiertos». Con la conclusión de que, en las actuales condiciones «el cien por cien de establecimientos encuestados señala que abrir no es rentable».

Así las cosas, la protesta reclama ayudas para poder sostener los negocios. Los ánimos, que vienen ya calientes por la impotencia de la situación, se han agravado por acciones más o menos puntuales como el cobro de las tasas de enero y febrero (los meses que no hubo pandemia) o la aplicación de la normativa de 2014 para reducir -de momento, sólo señalar sobre el terreno- las terrazas en función a un baremo. Por todo ello, la sensación ayer en el colectivo profesional era de enfado mayúsculo. «No se rían más en nuestra cara. Comprendemos y compartimos la grave situación sanitaria. Pero no se pueden decretar restricciones sin tener, al tiempo, un plan alternativo para que no nos hundamos en la miseria. Detrás de cada bar, cafetería o restaurante hay personas a las que se les pide que colaboren para acabar con esta maldita pandemia, pero que también son víctimas de ella. Paremos todo entre todos, con los menores daños colaterales posibles».