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Rotulismo saludable

El histórico cartel de la Sovenava en Guillem de Castro. | L-EMV

Me llamo Joan Carles Martí y estoy ‘valencianeando’. Llevo varios lustros haciéndolo, pero desde hace meses me dejan escribirlo. Confieso que hace muy poco descubrí la sede de Alcohólicos Anónimos (AA), la oenegé más cinematográfica de la historia. En un céntrica calleja fosca entre Sant Vicent y la peatonal Músic Peydró, en mitad de la calle Rumbau, está el discreto local de la legendaria asociación. Aunque es un buen atajo en tiempo de masclataes, no caí en la cuenta hasta un día que una furgoneta ocupaba toda la calle obstaculizando el paso de peatones y ciclistas. Como nunca pierdo los nervios en un atasco me dedique a fisgar hasta que di con el cartel de Anónimos a la altura de las cejas. La admirable labor que realizan sus voluntarios desde su fundación en 1935 en Estados Unidos supongo que requiere de cierta coartada secreta, así que no pueden estar mejor ubicados. Las arrugas de la piel y del calendario conocen esa patología que se respira en el ambiente desde que naces. Mi padre estudió poco pero me dio la mejor lección para toda la vida, saber beber. Era comercial de vinos y licores, así que sabía muy bien de lo que hablaba. Nosotros podíamos elegir sitio y hora, sin embargo los nuevos puritanos han expulsado a la calle a los que se inician, han multiplicado el botellón, con lo que conlleva de riesgo para la salud pública. Si en lugar de estar preocupados por las cosas de la política, estuvieran por la política de las cosas se hubieran sentado hace tiempo con los de AA, psicólogos, fuerzas de seguridad, educadores y familiares de pacientes para revertir esos comas etílicos cada vez más frecuentes en gente con edad infantil. He visto muchos bebidos en los garitos que frecuenté pero en esos casos siempre se impuso la fraternidad.

Sociedad decana.

Tampoco soy vegano, ni vegetariano. Como hijo de gentes de posguerra se rechazaba la frugalidad. Pero me caen igual de bien que los de AA. Además siempre que puedo practico el naturalismo playero al que llegué de forma ordinaria cuando visitábamos a las tías en Talamanca. Aunque la Societat Vegetariana Naturista de València (Sovenava) tiene su sede en una casa centenaria en la urbanización El Pantà de Torrent, ahí sigue su cartel luciendo en Guillem de Castro, enfrente de los jardines del antiguo Hospital y justo al lado de Futurama, la mejor librería de cómics para pasar un confinamiento largo. El letrero lleva ahí medio siglo, exactamente desde abril de 1970, cuando Sovenava adquirió el piso de Guillem de Castro 53 para instalar una amplia biblioteca con obras naturistas principalmente e impartir cursos de cocina vegetariana, así como consultas de médicos naturistas. La historia del asociacionismo naturalista en València es apasionante. Fue la primera ciudad peninsular donde se publicó la primera revista del género, ‘Helios’ en 1916, impulsada Juan García Giner que se había convertido en un firme seguidor del naturópata alemán Louis Khune, autor de ‘La Nueva Ciencia de Curar’. La redacción y administración de la mítica ‘Helios’ estuvo primero en la calle Torno de San Gregorio y luego en la calle Segorbe. Las ideas naturalistas, muy acordes con el incipiente anarquismo sindical, tuvieron tan buena acogida que en enero de 1917 se constituyó en el registro la ‘Sociedad Vegetariana Naturista’, que tuvo como primera sede el domicilio particular de uno de los miembros de la asociación, la casa Lahuerta (comercio) de la calle Tapinería. Y así hasta nuestros días, donde sus recetas y cursos de cocina son de lo más nutritivo.

Escenario aterrador.

La noche del sábado tras el toque de queda València estaba apocalíptica. Las avenidas desiertas y con más bicicletas de mensajeros de comida basura que vehículos privados. Supongo que es el sueño de algún concejal rialtero, pero aseguro que da miedo. Las ciudades nunca duermen porque el bullicio es su alimento. Hay mucha tierra despoblada para los neorrurales que confunden el balcón con un huerto, las calles con las eras, las fuentes con abrevaderos y las dos ruedas con las cuatro patas. València nunca fue un remanso de silencio. Campanas, mercados, músicas y pirotecnia han levantado siempre los decibelios. Quien use esta extraordinaria crisis pandémica para reivindicar la ciudad enclaustrada es un embaucador. Ha quedado demostrado que necesitamos las terrazas más que nunca como espacio de ágora ciudadano, para contarnos como nos va e intercambiar experiencias, como hacen con éxito los de AA y Sovenaca.

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