¿Qué pasaría si, con ánimo de detener la pandemia del Covid 19, el alcalde Ribó o la vicealcaldesa Sandra Gómez decidieran encargar unas rogativas a San Vicente Ferrer en la Catedral al Señor Arzobispo y Cardenal Cañizares? ¿Y si además, para honrar al patrón, le encargaran una nueva imagen a cualquiera de los creativos de la Capital Mundial del Diseño? Esto que parece tan extraño era normalísimo hace 500 años, y así lo atestigua la última adquisición artística del consistorio.

El Ayuntamiento de Valencia ha publicitado la compra en Madrid de una pintura del gran artista Espinosa que representa a “San Vicente Ferrer” y ha conjeturado que esta pintura sería propiedad del antiguo Consell de Valencia, habiendo sido encargado por los Jurados. La imagen, que fue publicada por Levante EMV, es espectacular. La maestría de este creador se proyecta en un San Vicente Ferrer sentado, cuando lo habitual es que esté de pie, pronunciando sus sermones con su tradicional gesto del dedo en el aire.

Sin embargo en este cuadro San Vicente Ferrer no está solo. El ayuntamiento bautiza este lienzo como retrato de San Vicente Ferrer y se olvida de ese señor de rojo que está sentado a su lado, a quien las crónicas aluden en dos ocasiones como “otro santo que está tomando nota de lo que dice San Vicente Ferrer”. Ahora resulta que San Vicente Ferrer tenía un secretario personal que iba levantando acta de todas sus palabras, una especie de mecanógrafo que lo apuntaba todo para que el dominico no se olvidara de su agenda.

Cualquier persona conocedora de la historia valenciana identificará de inmediato a los dos santos que comparten lienzo: San Vicente Ferrer, Patrón del Reino de Valencia, y San Vicente Mártir, Patrón de la Ciudad de Valencia. El ayuntamiento no ha comprado sólo un San Vicente Ferrer, sino que también lleva de regalo un San Vicente Mártir. Dos por el precio de uno, como en los buenos supermercados.

Por la época en que se sitúa este cuadro es muy factible que fuera un encargo de la Ciudad y Reino para proteger a Valencia, toda la Comunidad Valenciana, de aquellas terribles plagas de peste medieval. Actualmente acudimos a la ciencia y la medicina para resolver los problemas de las enfermedades, aunque existan personas que clamen contra las vacunas y vaticinen un complot mundial en contra de la Humanidad. En la Edad Media y principios de la Moderna el recurso más socorrido era acudir a los abogados celestiales, que eran los santos.

Levante EMV acaba de publicar un magnífico estudio sobre el Hospital de la Troya y los estragos de la peste en la capital y la huerta valenciana. Probablemente los Jurados, en uno de estos períodos negros, decidieron exaltar a los santos patronos con el encargo de este cuadro. Recordemos que igualmente se elaboraron unas fabulosas estatuas de los santos Vicentes para colocarlos encima de la puerta de entrada a la ciudad. San Vicente Ferrer estaba mirando fuera, como protector del Reino, y el Mártir miraba hacia dentro, como encargado de la defensa de la urbe. Estas esculturas se han salvado de nuestra turbulenta historia social y hoy son perfectamente visitables en sus emplazamientos ajardinados. La estatua de San Vicente Mártir está junto a la calle de su nombre en una replazoleta adjunta a la Plaza de España, enfrente del Cid, y la estatua de San Vicente Ferrer está en la plaza de Tetuán, enfrente del Monasterio Dominico donde hizo sus votos como fraile.

Es muy triste que Valencia haya olvidado la iconografía de San Vicente Mártir, porque precisamente la iconografía está pensada para que no se olvide. El Ferrer viste el hábito blanco y negro además de mantener su dedo levantado en señal de advertencia -excepto en la fachada de la iglesia de San Agustín, cuando el párroco mandó esculpir su imagen con las dos manos en alto por el escándalo que suponía el derribo de su Colegio Imperial de Niños Huérfanos para levantar lo que hoy llamamos la “Finca de Hierro”.

El Mártir luce de rojo con unas vestimentas inapropiadas para su época romana. Pero es que realmente a San Vicente Mártir, que murió atormentado por una rueda, se le debería representar desnudo y atado a este artefacto, como las almas sufrientes del Purgatorio. Una especie de San Sebastián, imagen que tanto fascinaba a Yukio Mishima, pero en lugar de asaeteado por flechas, rodeado de hierros candentes. Sin embargo los estilistas eclesiásticos lo cubrieron de una capa roja evocadora de la sangre de su martirio. Porque no es difícil descubrir en el cuadro, detrás del patrón de la urbe, la cruz del martirio que por supuesto no se puede relacionar con el patrón regnícola.

En resumen, el Ayuntamiento ha comprado un cuadro de los dos patrones valencianos, y es una gran compra. Podría exhibirse dentro de unas pocas semanas, cuando se celebre la festividad de San Vicente Mártir, el 22 de enero. Pero no cometamos el error de convertir a San Vicente Mártir en secretario o mecanógrafo de San Vicente Ferrer, porque en el imaginario valenciano tradicional ambos tienen idéntica categoría, aunque distinta distribución de funciones.