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Tiempos modernos 1900 - 1909

La primera década del siglo XX trajo a València una nueva industria, las fiestas populares o la arquitectura de élite

Tiempos modernos 1900 - 1909

Según comentaba un político, a finales del siglo XIX España era un país sin pulso. La crisis económica, los últimos enfrentamientos civiles y la pérdida colonial habían hecho mella en el ánimo de la población. En València, la plaga de la pebrina había acabado con la industria de la seda, y la filoxera se llevó por delante las vides y la producción vinícola, sólo el cultivo de la naranja y en menor medida la del arroz, vinieron a constituir la fuente económica de la sociedad valenciana de manera casi exclusiva. Una economía con una industria, salvo algunas excepciones, de pequeñas fábricas y talleres de tipo familiar y con un proletariado nutrido por inmigrantes, artesanos y campesinos víctimas de la crisis agraria. La Valencia menestral y de «botiguers» se hacinaba en el perímetro marcado por sus derribadas murallas, en espera de la realización de ensanches y saneamientos interiores tantas veces proyectados y otras tantas demorados cuando no desaprovechados.

Tiempos del «quiero y no puedo», en los que cierta clase social intenta emular a la superior, «parleu en castellà, mai se doneu importància» (Les xiques de l’entresuelo), tiempos de la «coentor», personajes y situaciones tan bien descritos por Eduardo Escalante en sus sainetes (Tres forasters de Madrid, Bufar en caldo gelat…) y más tarde por Blasco Ibáñez en sus novelas del ciclo valenciano: «¡Arròs i tartana, casaca a la moda i rode la bola… a la valenciana».

Regencia política

En España, María Cristina de Habsburgo-Lorena asumía la regencia del trono, por la minoría de edad de su hijo, el futuro Alfonso XIII. «María Cristina me quiere gobernar/ Y yo le sigo, le sigo la corriente/Porque no quiero que diga la gente/que María Cristina me quiere gobernar», se oía cantar por aquel entonces, en una València que votaba mayoritariamente al partido republicano de Blasco Ibáñez.

Pero se daba la circunstancia de que mientras los distritos de la ciudad votaban a sus concejales, al alcalde lo designaba el gobierno de turno, las más de las veces de corte conservador, con lo cual el desbarajuste y la bronca municipal estaban al orden del día.

Los comerciantes pusieron en marcha la Feria de Julio, con el «Tío Nelo» como icono de aquel evento

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El anticlericalismo de Blasco se reflejaba no sólo en el ayuntamiento, en cuyas sesiones los concejales republicanos votaban por no sufragar ni acudir a ningún acto religioso, sino también en la calle con disturbios y altercados contra algunas procesiones como la del Rosario de la Aurora, de ahí el conocido dicho de acabar como la mencionada procesión.

Claro que la iglesia también sacaba el «hisopo a pasear» y no para bendecir a nadie, el Arzobispo de València Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros, en una circular publicada el 10 de abril de 1901, prohibía a sus fieles la lectura del diario «El Pueblo».

Mientras, en Francia el caso Dreyfus dividía a la opinión pública, en los casinos republicanos de València se discutía éste y otros temas como el darwinismo, la guerra de los Boers o la revolución francesa, incluso las incipientes fallas, que se plantaban el día 18 y se quemaban al día siguiente, se hacían eco de ello.

Carnaval y Feria de Julio

Pero eran los Carnavales las fiestas en las que la participación ciudadana y corporativa era mucho más numerosa, con la concesión de premios y galardones ofrecidos por el Ayuntamiento a las más ingeniosas comparsas, entre las que destacaban las organizadas por Lo Rat Penat y el Círculo de Bellas Artes.

Otro de los festejos que más atraía a propios y extraños era la Feria de Julio, organizada por el Ayuntamiento; en 1900 los comerciantes capitaneados por el Ateneo Mercantil se hicieron cargo de la organización dejando a un lado al Ayuntamiento con el que tenían serias desavenencias incorporando llamativas novedades, como el enorme huertano bautizado como «el Tio Nelo», que a modo de arco de triunfo se alzaba orgulloso al principio de la calle San Vicente, una pierna en la acera del comercio la «Isla de Cuba» y la otra en la del Gran Hotel.

Calles y comercios engalanados, cabalgatas con desfiles de los antiguos gremios y en 1901 la inclusión de una fiesta llamada del «Coso Blanco» en la que este color era el exclusivo; desfilaba por las calles lo más selecto de las jóvenes burguesas valencianas, en blancas carrozas, vestidas de blanco, mientras desde los balcones engalanados con colchas blancas, se lanzaban serpentinas, confetis y pétalos de flores de este color. Comenzaba la Feria el día 20 de julio y concluía con la Batalla de Flores en los primeros días de agosto.

Renace la industria

Algo estaba empezando a cambiar en la sociedad valenciana en los albores del siglo XX. Una incipiente industria empieza a tomar identidad. Desde que en 1882 don José Conejos sustituyó los mecheros de gas con que iluminaba su tienda de tejidos en la calle Sant Vicent por bombillas eléctricas, la ciudad fue iluminándose poco a poco con esta nueva energía. La huerta, castigada por ocasionales sequías, temporales, plagas y la presión a la que estaba sometida por impuestos , tasas, fielatos y tributos municipales, hacía patente su enfado con huelgas y altercados que muchas veces pagaban los revendedores del Mercado.

Década en la que también el cambio de nombre de calles era noticia, bueno nunca lo ha sido, pero nada más empezar ésta, el 11 de febrero de 1900 se descubría una lápida dando el nombre de Emilio Castelar a la de San Francisco, entonces un inmenso solar, que en época navideña y hasta finales de enero acogía la feria de Navidad y esporádicamente otras atracciones como circos y barracones con representaciones teatrales o cinematográficas.

Barri de Pescadors: derribo

También fueron noticia los derribos, como el del degradado Barri de Pescadors. La decisión del ayuntamiento tomada el año anterior de convertir los solares de San Francisco en jardines y paseo público, aceleró el proceso de expropiación de las casas cuyo primer derribo comenzó el 12 de marzo de 1906 y el traslado de la feria de Navidad al Llano del Remedio.

Otro derribo sonado fue el de los últimos vestigios de la muralla cristiana, el del torreón de la Ciudadela; a las 6 de la mañana del 19 de septiembre de 1901, previa autorización del Capitán General Luis Pando, los bomberos comenzaron su derribo.

En 1905, Blasco Ibáñez ya no está en la ciudad, harto de las disputas con los sorianistas marcha a Madrid con toda la familia, abandonando la política activa que deja en manos de Félix Azzati y se dedica por completo a la escritura.

Primeras piedras

Durante la visita de Alfonso XIII en 1905, se coloca la primera piedra de la Fábrica de Tabacos y la del nuevo Faro de València. En los solares del antiguo convento de San Juan de Ribera, se inaugura la Estación Central de Aragón y en agosto de 1906, el ministro Amalio Gimeno pone la primera piedra de la nueva Estación del Norte proyectada por Demetrio Ribes, joya de la arquitectura del estilo Sezession Vienesa. El 30 de junio de ese mismo año también se pone la primera piedra de la nueva fachada del Ayuntamiento diseñada por los arquitectos Carlos Carbonell y Francisco Mora.

En Europa eran tiempos de bienestar económico, en las clases medias y altas de la sociedad se respiraba un cierto optimismo y euforia, y de momento no se vislumbraban nubes de inquietud en el horizonte, era la Belle Époque. Y mientras Monet o Renoir buscaban la luz natural para plasmarla en sus cuadros, Joaquín Sorolla la encontraba en la playa de la Malva-rosa, reflejada en los cuerpos de unos niños que jugaban en la arena o en las aguas de un mar del que un par de bueyes sacaban sin aparente esfuerzo una barca de pesca; más al norte, en París, Mariano Benlliure era galardonado en la Exposición Universal con la Medalla de Honor en escultura.

El Modernismo llegó a Valencia, inundó la recién estrenada calle de la Paz, en esta década rotulada como Peris y Valero, y salpicó el nuevo Ensanche. Monsieur de Charlus, Saint Loup y Odette tomaban café en el Ideal Room, mientras hojeaban para sus salones de París o para su casa en Balbec, unos catálogos de muebles y lámparas del Bazar Viena de la calle Zaragoza, propiedad del señor Goerlich, cónsul de Austria-Hungría y padre del arquitecto que más huella dejaría en la ciudad, Javier Goerlich Lleó.

El tranvía

Fue en el último año del siglo XIX, cuando por primera vez un tranvía hacía su recorrido desde la Glorieta hasta la calle de la Reina movido por la energía eléctrica, concretamente un 23 de marzo de 1900. Hoy en día esa noticia habría ocupado un buen titular en los periódicos, pero la prensa de entonces con apenas cuatro planas desgranaba la información como una letanía, una detrás de otra, sin grandes titulares, sólo separadas por algún anuncio, como aquel que anunciaba las pastillas del Dr. Crespo para las afecciones de la garganta, a base de mentol y cocaína, o el Agua Violeta del Dr. Raúl, para curar la blenorragia, gota militar y toda clase de flujos.

Poco deporte

El deporte apenas tenía hueco entre sus páginas, además la palabra deporte como actividad lúdica no se empleaba, se le denominaba «sport», mientras los toros, el teatro y la ópera ocupaban un relevante espacio, reflejo de las preferencias de nuestros antepasados. Y por supuesto en cualquier diario que se preciase se incluía un capítulo de una novela o folletín, ávidamente consumido por sus lectores.

Cuatro eran en esta década los principales diarios que mantenían informados a los valencianos, Las Provincias, fundado por Teodoro Llorente y Olivares en 1866, de cariz conservador; El Pueblo, fundado por Vicente Blasco Ibáñez en 1891, republicano él; La Correspondencia de Valencia, «eco imparcial de la opinión y la prensa», según se autotitulaba, fundado por Francisco Peris Mencheta, impulsor de otros diarios estatales y creador de la primera agencia de noticias de las que se surtían mayoritariamente el resto de publicaciones; y el Mercantil Valenciano, dirigido por Francisco Castell Miralles, continuador del Diario Mercantil de Valencia al que Teodoro Llorente quiso inútilmente fagocitar. Comprometido con la causa republicana, secuestrado y multado en múltiples ocasiones al igual que El Pueblo, salió por última vez a la calle con la cabecera «El Mercantil Valenciano» un 28 de marzo de 1939.

Las disputas entre ambos diarios estaban al orden del día, llegando incluso al plano personal, como cuando Francisco Castell retó en duelo a Blasco Ibáñez. Y es que los últimos rescoldos del romanticismo aún estaban presentes en este principio de siglo y los lances de honor todavía ocupaban un hueco en las páginas de la prensa. Curiosamente, pocas eran la víctimas mortales en estos desafíos. ¿mala puntería, acuerdo mutuo, simulación…?

Exposición Regional

Organizada por el Ateneo Mercantil e impulsada por D. Tomás Trénor Palavicino, primer Marqués del Turia, el 22 de mayo de 1909 se inauguró la Exposición Regional de València. Empresas, industrias y comercios se volcaron en este evento que comprendía desde el mundo industrial, agrícola y comercial hasta el artístico y cultural. Una apuesta por la innovación y la modernidad los ecos de la cual han llegado hasta nuestros días.

Apoyada en la balaustrada, María Dolores, la hija de Dª Josefa Paulín, Marquesa de Ripalda, observaba con curiosidad las calesas y faetones y algún que otro ruidoso automóvil circulando por la Alameda. Desvió su atención unos destellos azulados, un tranvía ascendía por el puente del Real camino del Cabanyal, la tarde era tranquila y el aire límpido, un suave perfume de jazmín y azahar, seguramente de los cercanos Viveros, del Plantío o del Huerto del Santísimo inundó el ambiente; se sentía a gusto, el señor Arnau había hecho un buen trabajo, igual que en el edificio de la plaza Cajeros, y en ese pasaje con su bóveda de acero y cristal. A su izquierda, los obreros daban los últimos toques en los pabellones de la Exposición Regional. València al fondo se doraba con los últimos rayos de sol.

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