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La plaza de la Reina se abre al público con críticas y elogios de una avalancha de visitantes

Los viandantes reconocen el cambio que supone conquistar un espacio que ahora es de su propiedad, pero echan de menos la sombra y temen la «colonización» de patinetes y bicis

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Así luce la nueva Plaza de la Reina tras la reforma integral Daniel Tortajada y Loyola Pérez de Villegas

"¡Ya han abierto la plaza. Vamos a verla!" era una de las expresiones que más se escuchaban en los aledaños del espacio más esperado y más comentado de la historia reciente del urbanismo de la ciudad. Más incluso que la plaza del Ayuntamiento -hasta que acometa su verdadera reforma. La Plaza de la Reina ha abierto sus puertas o, lo que es lo mismo, ha retirado sus vallas después de quince meses de obras y ya está a libre disposición de los usuarios.

Es una reforma para la que no existe la escala de grises. La ciudad tiene su polarización y los debates se enrarecen, cuando no envilecen. El resultado, que ya puede pisarse o recorrerse, no es, ni mucho menos, una ruina para seguir destrozando la ciudad. Afirmar eso es mentir. Tanto como pretender que la reforma sea una maravilla del urbanismo ciudadano que hubiese firmado Jane Jacobs como obra propia. Afirmar eso también es mentir. El cero y el diez absoluto sólo parten del fanatismo.

Al final, las plazas son del pueblo. Y al pueblo se le puede preguntar. Y recopilando las opiniones se sustancia una oración compuesta: "Está bien, pero...". Que indica la sensación agradable de acabar con un espacio que formaba parte de la jungla del asfalto y la sensación de reparo que suponen los defectos que se le extraen de una primera experiencia sobre el terreno.

Y ésta, vistas las opiniones son las que se esperaba. A favor, que se ha ganado el espacio. En contra, que durante gran parte del día es una plaza más "de pasar" que "de estar". Porque València es mediterránea y calurosa. Que la gente eche las horas en la plaza, en sus 900 metros de bancada, lo podrá hacer en determinados meses del año o a determinadas horas. Durante gran parte del día en los meses de verano, desde luego, no.

Por la tarde ya es otra historia, natural por otra parte. Ahí sí que es un espacio ganado para la convivencia., que irá posándose con el paso del tiempo. Cuando el sol no pega tiene todas las posibilidades de uso.

En cualquier caso, la plaza la ha colonizado el viandante. El jueves fue motivo de visita masiva. Faltaría más por otra parte. Que para eso está. Es un espacio ganado en una ciudad donde, hasta ahora, las plazas emblemáticas eran rotondas y que, a pesar de los pesares, van adaptándose a los nuevos tiempos.

"Bien, pero... falta verde", "bien pero.. hay demasiado cemento". Son dos de los peros que hace un grupo de personas mayores que acudieron ex profeso. Otro veterano se queja de los "sarcófagos", los controvertidos bancos de piedra en mitad de la nada. Porque les da el sol sin piedad y porque "¿donde se ha visto un banco sin respaldo? ¿Eso es lo mejor para las personas mayores? Lo curioso es que, de repente, te ponen dos bancos, de esta misma piedra, con respaldo y los demás no". Esos bancos desprotegidos son escenario de una estampa rocambolesca: cuando el sol se oculta, se ocupan. En cuanto pega, se desertizan.

Al lado está el espacio más alabado. Verde y húmedo. El "oasis", con plantas, bancos y vaporizadores. Ahí va el pueblo como a un parque acuático. Se agradece la micro ducha y el paisaje. Los dueños de perros tampoco lo dudan.

Buscando las sombras

"¿No has visto la foto esa del rebaño de ovejas debajo de la sombra de un árbol? Pues esto es lo mismo". Y es verdad: las sombras se cotizan y se acude a ellas. Las sombras de los olivos, cerca de la catedral, son las más solicitadas mientras un guía de cruceros insta a su público a subir al Micalet con aparente poco éxito. Con lo bien que se está...

Otros se agolpan bajo la pérgola de tela. Ideal para extender el mapa o hacer fotos. "¿Y no habría sido más fácil poner ahí debajo los bancos y dejar diáfano el resto de la plaza?".

Llaman la atención para bien los juegos que hay junto a la estatua de Guastavino. La gente se lo pasa en grande haciéndose fotos en espejos de ilusión óptica. Siempre que tengan mantenimiento, porque la caja-laberinto ya tiene un dedo de polvo.

También se agradece el baño público, un servicio absolutamente necesario en zona de concentración humana. Además, tiene grifo de agua, que acompaña una de las fuentes públicas instalada justo al lado. Es el único de la ciudad.

Estreno del aparcamiento

A la vez se ha inaugurado el aparcamiento subterráneo. Un acceso pacificado respecto a la terrorífica lengua de asfalto de antaño. Aquí, el conductor accede a la zona peatonal, pasando por encima del memorial de las vías del tranvía y, a baja velocidad y dejando a su derecha la compatible zona de carga y descarga, entra en el subterráneo.

¿Los peros? Los despistes. Casi a la vez, un conductor que quería entrar aparece en la zona exclusivamente peatonal y otro que quería salir, en lugar de desviarse a la izquierda a la calle del Mar, se marca un recto antes de que, por señas, le indicaran que dé marcha atrás. Todo pasa delante mismo del secretario de la Unión de Consumidores, Vicente Inglada, quien acudió a echar un vistazo y que reconoce que "las señales no están bien marcadas". Y es verdad: tanto la flecha que indica la entrada al aparcamiento como la "dirección prohibida" y "dirección obligatoria" de la salida.

Las primeras horas son escenario de algún roce. "¡Apártate tu!" le espera un peatón a una pareja en patinete que ha hecho sonar un timbre. Es otro de los peros: "Las bicis y los patinetes se van a hacer los amos, como en el Ayuntamiento".

La plaza ha iniciado, con sus pros y contras, una nueva vida. Y con la sensación de que, en unos días, nadie se acordará de que es nueva.

La reforma incluye una más que interesante aportación: un baño público gratuito, que se abre pulsando un interfono. Dentro hay lavabo y retrete, que es labor de todos cuidar.

Hay una zona de juegos entre las calles Mar y Cabillers, con espejos de fantasía, un laberinto, un creador de remolinos y otras actividades, cuanto menos, graciosas. Eso sí, obligará al departamento que corresponda a que el mantenimiento sea permanente.

Un espacio con bancos, palmeras, vegetación y difusores de agua pulverizada conforman la zona que más ha gustado a los viandantes. Donde antaño estaba la espiral del aparcamiento subterráneo ahora está el terreno mejor ganado al asfalto.

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