Hace diez días, Albert Beigbeder alquiló una furgoneta y puso rumbo a Andalucía. En su particular tour estival, ha recorrido ciudades como Almería, Málaga, Córdoba o Sevilla, pero no ha pisado sus playas ni visitado lugares de interés. Su objetivo era otro: rescatar perros que hacía tiempo que vagaban por las calles y que nadie hasta ahora había podido coger.

Beigbeder tiene 45 años, vive en Vallgorguina (Barcelona) y es el fundador de ARIA, una asociación de rescate animal que nació en 2016 y que está especializada en sacar de las calles perros miedosos que no se dejan atrapar.

La entidad, integrada por una decena de voluntarios, opera durante el año principalmente en Cataluña, acudiendo al rescate de canes que malviven en pueblos, bosques o polígonos industriales, pero el equipo aprovecha el parón de agosto para echar una mano a rescatistas de otras comunidades que les piden ayuda.

"Estamos especializados en casos difíciles, en perros que te ven dar un paso y reculan cuatro o que ante un mínimo gesto se asustan y huyen", explica a Efe Beigbeder, que al frente de ARIA logró rescatar el pasado año más de 80 perros.

Todos ellos pasaron a vivir en casas de acogida, familias de adopción o protectoras de animales, ya que la asociación se asegura antes de cada rescate de que el can tenga un lugar seguro donde descansar.

"Este paso es casi más importante que sacar a un animal de la calle", expone Beigbeder, que comenta que habitualmente la persona que contacta con ARIA es la encargada de encontrar un sitio donde poder llevar al perro después.

El pasado 4 de agosto, el activista catalán y un colaborador cargaron la jaula de rescates en una furgoneta de alquiler e iniciaron el 'III Tour Solidario ARIA', que en esta ocasión les ha llevado a una decena de localidades de Andalucía.

Gracias a la ayuda de una jaula de grandes dimensiones con cierre automático y a otros artilugios como sensores y cámaras infrarrojas, así como a una dosis de extrema paciencia, ARIA ha logrado rescatar de las calles españolas a un total de trece perros, algunos de ellos en unas condiciones de salud pésimas, plagados de parásitos y con delgadez extrema.

Beigbeder resalta la alegría y la emoción que supone cada rescate que se lleva a término, pero también la rabia y frustración que genera que un perro no entre en la jaula y se aleje hacia una muerte segura.

En su último viaje, que concluyó ayer tras diez días de intensa actividad, Beigbeder y su compañero han vivido ambos sentimientos, aunque la mayoría de rescates programados han acabado siendo un éxito.

Es el caso de Luna, una perra de raza podenca que pasó 58 días vagando por los montes de Málaga con un collar isabelino, el que se coloca al perro para evitar que se muerda, lama o lastime, después de que se escapara de su casa de acogida cuando la acababan de esterilizar.

A Luna la habían intentado coger sin éxito con la jaula-trampa común, por lo que la protectora de la zona se puso en contacto con ARIA para intentar atraparla. Tras dos noches de guardia, la perra se adentró en la jaula gigante para comer y pudo ser rescatada.

En Viator (Almería), ARIA rescató a Lucy, una podenca que llevaba unos dos meses por las calles de este municipio. La perra había tenido una camada, pero le habían quitado a sus cachorros y desde entonces andaba por la zona desesperada intentando reconocer el olor de sus crías.

La perra, a la que alimentaba una vecina del municipio que conocía a ARIA de un tour anterior, acabó entrando en la jaula y poniendo fin a una vida de miseria.

Y en un polígono de Sevilla, ARIA pudo capturar a un galgo al que la misma asociación ya había intentado coger sin éxito hacía dos semanas.

ARIA concluyó este martes su tercer tour solidario con un balance de trece perros rescatados y muchísimas horas de guardia a la intemperie o en la furgoneta, esperando que los animales entraran en las jaulas.

Pese a lo duro de la experiencia y el elevado coste económico de la misma, el fundador de ARIA se muestra con ganas de repetir el próximo año: "La verdad es que es adictivo, siempre te quedas con ganas de volver porque hay avisos que no puedes atender".

Lo peor del viaje es que no pueden atender todas las llamadas y lo mejor "las caras de la gente que te llama cuando has recatado al perro".

"Es bestial, tienen una emoción que no se lo creen. Esas caras son impagables, lo dicen todo", remarca el activista barcelonés, que trabaja como técnico comercial en una empresa de sistemas contraincendios.