Sólo Donald Trump es capaz de conseguir que buena parte de América vibre con él a las puertas de su imperio empresarial. Y sólo Trump logra, a la vez, que los vítores convivan con peinetas y gritos en su contra. Él no deja de sonreir. Y lo hace horas después de pedir disculpas por las machistas palabras grabadas en 2005. Se muestra férreo. No piensa en dimitir.