No anduvo nada desencaminado Fran en su pronóstico. Se dio un buen día de tórtolas. Tras no pegar ojo en toda la noche, a las 6 de la mañana llegaba a Ossa de Montiel. Viaje tranquilo, con poco tránsito y sin nada de niebla.

De camino a Socuéllamos, Fran nos alerta de que llevemos cuidado con la carretera sinuosa que separa la Ossa de Montiel de Socuéllamos por el tránsito de ciervos y jabalíes.

Al llegar a Socuéllamos se nota que estamos en tierra de vinos y de viñedos. Nos cruzamos con varios tractores que han estado recolectando la uva durante la noche, para a primera hora de la mañana entrarla a la bodega. El destello de los pirulos es inconfundible.

Pasadas las 7, ya estábamos en nuestros puestos. Los termómetros marcaban 10 grados. No parecía que estuviéramos en verano. Tuve que ponerme algo de ropa de abrigo para no pasar frío.

En el bar del pueblo hicimos el sorteo. A mí me tocó el número 1, a priori un buen puesto. A mi lado Genaro, con el 2. Sobre el papel, los mejores.

Nos colocaron delante de una parra. Detrás de nosotros, un campo inmenso de pipas. No hacía falta la barraca. La parra nos cubría lo suficiente para no ser vistos. Los coches estaban cerca, con lo cual no era necesario ir muy cargados.

Las pipas habían sido segadas unos días antes, pero había comida suficiente en el suelo y las tórtolas salían de sus dormideros a comer.

Al poco de colocarnos, abato la primera de la mañana de un certero disparo. Genaro en el extremo del campo de viña no da a basto. Se le comen. Me llama al móvil para que me ponga con él. Estoy un rato, pero se mueven también por mi puesto. Y para allí que me voy de nuevo.

Lo más incómodo fue tirar cara al sol. Me puse un rato las gafas, pero me resulta incómodo tirar con ellas.

No sé qué hora sería, pero por encima de mi cabeza, me pasaron tres sisones. Inconfundible su siseo continuo cuando baten las alas.

A mitad mañana comparto almuerzo con Genaro y con el compañero de puesto, que tienen la amabilidad de darme un trozo de su bocadillo. A mí se me había olvidado prepararlo. Pensaba comprarlo en el bar de Ossa, pero no había pan. Normal a esas horas.

La tórtola estuvo pasando hasta más o menos las diez de la mañana, a partir de ahí hubo un parón, que aprovechamos para irnos a tomar algo al pueblo. No es lo mismo un puesto de comida, como en el que estábamos, que uno de agua, donde la tórtola o el torcaz aprovechan las horas de más calor para echarse a beber y refrescarse.

Dio la casualidad que ese día había una tirada al plato con fines benéficos en Socuéllamos. Estuve un rato viéndola y después aproveché para echar una cabezadita en el coche, que mi cuerpo agradeció.

Sobre las 2 picamos algo en un bar del pueblo, que se encontraba atiborrado de gente. Teníamos que comer rápido porque a primera hora de la tarde teníamos que estar de nuevo en los puestos, ya que por la mañana no las habíamos dejamos comer y era de prever que volvieran a saciar el buche.

Por la tarde se movió algo de viento. Con viento, la paloma no vuela tan alto y da más opciones al cazador. Yo me puse en el mismo puesto. Ya lo dice el refrán: Más vale lo malo conocido... Al irse Ramón y Genaro, Fran puso en su puesto, otras dos escopetas, pero por la tarde no se movió tanta caza como por la mañana. Aún así pegamos algunos tiros y lo pasamos en grande.

La nueva orden de vedas de Castilla La mancha ha establecido un cupo de cinco tórtolas por cazador y día. La mitad que el año anterior y se prohíbe su caza en la temporada general. En el torcaz no hay cupo.

Sobre las 7 y ya con el cupo hecho, recogí los bártulos y me fui para casa. Por delante me quedaban un par de horas de viaje. En Socuéllamos cogí una autovía que no conocía, la A-43, que enlaza con la de Albacete, así que no tuve que coger ninguna carretera comarcal y me resultó más cómodo que la ida. Y cuando uno está cansado, se agradece doblemente.