Imaginemos un mundo en el que no existe el machismo, en el que mujeres y hombres tenemos los mismos derechos y responsabilidades. Muchas personas piensan: «Ese es nuestro mundo, lo hemos conseguido», «los casos de violencia son anecdóticos y acabaremos con ellos», «nuestra maravillosa cultura occidental ha conseguido otorgar y hacer efectivo el mismo reconocimiento a mujeres y hombres». Y qué bien suena, yo también quiero creerlo, soy una mujer que vive de forma autónoma, que trabaja y toma sus propias decisiones. Pero desgraciadamente este discurso es muy sospechoso, esconde algo. La violencia de género no es anecdótica y esta es la razón por la que se denomina así, aunque mucha gente parecía no entenderlo hasta hace poco. El maltrato, las violaciones y las muertes sufridas por las mujeres no son, en absoluto, algo puntual. Se han producido durante generaciones y siguen sucediendo con una frecuencia repulsiva. Está claro que son el efecto de algo, es un simple modus ponens: si nuestra sociedad es machista produce efectos machistas, y nuestra sociedad lo es. Por lo tanto, produce ese tipo de sucesos repugnantes.

Así pues, lo que parece oculto es, en realidad, muy visible. Nuestra sociedad es rotundamente machista y nuestra educación también. La escasa aparición de las mujeres o de lo femenino en los libros de texto tampoco es anecdótica, sino que hunde sus raíces en una cultura que perpetua disvalores y que tiende a eliminar la filosofía y el pensamiento crítico del currículum, convirtiendo la ética en una asignatura optativa, como si no fuera imprescindible que los jóvenes estudien qué es el feminismo y conozcan su historia. Trini López Verdú. Alicante.