Francisco Gil Gandía

Durante los días que suelo pasar en agosto en la capital de Castilla, aún sin buscarlo, no me es difícil encontrar diversos temas que hacen referencia a nuestra Valencia, como el sepulcro del Cid y de doña Gimena colocado en el centro de la catedral burgalesa por un valenciano rumboso, el Cardenal Benlloch, en mil novecientos veintiséis.

Como es sabido, ante el ímpetu de la invasión almorávide, doña Gimena ha de abandonar la ciudad de Valencia llevando consigo los huesos del Campeador para sepultarlos en el interesante monasterio de Cardeña, donde permanecen hasta mil ochocientos treinta y seis, año de la desamortización, para llegar al Ayuntamiento de Burgos hasta que nuestro paisano los colocó donde hoy reposan.

Hoy voy a detenerme con un valenciano monje, precisamente de S. Pedro de Cardeña, el monasterio citado anteriormente por su relación con el Campeador. El pertenecer a una congregación tan austera como son los cistercienses, cuyo programa «oración y trabajo» ocupan toda la jornada, aunque no deja de ser algo notable, no es el motivo por lo que lo traigo a colación en estas líneas, sino por ser una de los mayores ceramistas contemporáneos: como Peiró, Gimeno, Vilar, Scals… y tantos reconocidos artistas nuestros. Se trata de David Leal Raga, natural de Massanassa, que estudió en la Escuela de Cerámica de Manises, uno de los centros de cerámica artesanal más importantes de Europa. Metido en su gran estudio lleno de luz y de plantas con tres hornos de cerámica, en medio de su intenso trabajo no puede olvidar ni su lengua ni su cultura mediterránea a pesar de los kilómetros que le separan. Recuerda con nostalgia los importantes centros cistercienses que en el pasado brillaron en nuestro país: como Benifaza, fundado muy tempranamente por D. Jaime, convertido hoy en el único monasterio de monjas cartujas de la Península. Junto con el no menos importante de Valldigna, fundado por Jaime II, y colonizador de aquellas tierras tan buenas de la Vall, hoy en plena restauración, -mayormente dirigida por Salvador Vila, arquitecto también de la Catedral- y hoy destinado a centro cultural para la Comunidad.

Fue también burgalés el Arzobispo de Valencia D. Prudencio Melo, que fallecía hacia mil novecientos cuarenta y cinco, hombre intrépido que supo volver a poner en marcha una diócesis desecha en sus edificios y en sus personas.

El guerrillero Cura Merino, igualmente de Burgos, de la villa ducal de Lerma, también tuvo contacto con Valencia, al ser premiado por Fernando VII con una canonjía en nuestra Catedral, resistiendo algunos años pero abandonando luego el cargo, siempre atraído por las armas ya en las guerras carlistas.

Por fin, dentro del estamento eclesiástico -de lo que algo puedo saber- debo recordar a otro burgalés canónigo de nuestra ciudad hace pocos años, Ángel Oñate, una eminencia en estudios sobre Biblia y arqueología, pero tan sencillo e ingenuo que parecía un niño en la vida ordinaria. Murió en Nueva-York atropellado en la vía pública.

Hoy en día, la presencia de la orden del Cister en nuestra tierra queda reducida a la abadía de la Zaidia en termino de Benaguasil.

La abundante obra de este monje ceramista valenciano está extendida por todas las regiones españolas. Grandes paneles en edificios públicos, como el del vestíbulo de las Angélicas, en el mismo Buró; el de la casa natalicia de Santa Genoveva, en Almenara; Santuario de Ntra. Señora del Vico, en la Rioja; Abadía de Venta de Baños, en Palencia; retablos para iglesias modernas, numerosos iconos neo bizantinos, belenes y una parte no desdeñable de objetos de tradición valenciana, como alfabegueres, joyeros, benditeras, cantarellas y otros elementos populares valencianos. Podemos decir que desde el silencio de su taller monacal, sin buscar la publicidad, la fama de este ceramista de Massanassa crece de día en día.