El gesto va camino de convertirse en habitual. El dueño del perro se hace el distraído, mueve la cabeza de un lado a otro y observa si alguien, sobre todo un policía, anda por allí. Si ve que no le van a poner la multa, se marcha tan tranquilo y deja los excrementos de su mascota tirados en la calle. A veces, se topa con un vecino que le recrimina su falta de civismo. Pero el dueño del perro se vuelve a hacer el longuis y sigue su camino. Cuando se creía que los dueños de los animales se habían vuelto más limpios, que respetaban los lugares públicos y que salían a la calle con una bolsita hermética para recoger las deposiciones, resulta que es lo contrario.

De nuevos, las calles de muchos pueblos de la Marina Alta vuelven a estar salpicadas de cacas. Solo los residentes extranjeros parecen más concienciados. Habitualmente, ellos sí están pendientes de si sus perros se detienen a aliviarse y recogen sus excrementos.

Ayuntamientos como el de Xàbia, dado que las multas no surten efecto, han acudido a campañas de concienciación más agresivas. La última espeta a los dueños de los animales: «No la cagues tú». Hasta ahora los mensajes eran más comedidos, apelaban a la obligación de todos de mantener limpias las calles, pero los incívicos no se daban por enterados. Con el mensaje más directo de «no la cagues con tu perro» deben empezar a darse por aludidos.

El caso es que la vía de las sanciones no ha atajado estas conductas incívicas. Los ayuntamientos se han cansado de repetir lo de las multas. En Xàbia, por ejemplo, la nueva ordenanza de convivencia la fija en 150 euros, aunque puede llegar a los 750 si se comprueba que el vecino que deja tirados los excrementos de su perro en la calle es reincidente. Estas conductas siguen considerándose una falta leve. Además, se imponen pocas muy pocas. Es difícil cazar a los incívicos, dado que se las saben todas. Suelen llevar la bolsita y, si se ven sorprendidos, de repente son más limpios que nadie. Pero en cuanto el agente desaparece su conciencia cívica se desvanece. Otro problema en el centro histórico de Xàbia es el de los residentes ya de bastante edad que le abren la puerta de casa al perro para que salga a la calle a corretear y aliviarse. Alegan que es lo que han hecho toda la vida.