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Biblioteca de familias

Martí, bataller y Úbeda... Marbau

El reciente fallecimiento de Antonio Cabezón nos evoca el recuerdo de un obrero de las artes gráficas, que se formó en los talleres de la imprenta Marbau en los tiempos de su refundación, cuando la empresa cambio su ubicación primigenia en la calle Trobat, a la actual del carrer Reina. Allí prestó servicio Antonio durante más de cuatro décadas, al igual que todos sus compañeros de taller. Entraron casi niños para jubilarse en la misma empresa, cosa impensable en nuestros días. Marbau nació oficialmente en julio de 1929, momento en que llegó a Xàtiva el primer pedido realizado a la Fundición Tipográfica de Richard Gans, consistente en una máquina de imprimir y una guillotina, con la que la naciente sociedad pudo empezar a producir en cantidades industriales desde la calle Trobat. La misma estaba formada por tres socios: Ismael Martí, Ramón Ballester y Vicente Ubeda, quienes diseñaron un nombre comercial para su empresa que jugase con la primera sílaba de sus apellidos, Mar, Ba, y U. Tuvo tanto éxito que perduró hasta nuestros días por encima de sus fundadores, y hasta incluso el director y compositor de la Música Nueva, Jose Ripoll, les dedicó una partitura titulada el pasadoble Marbau.

Tras la marcha de Ramón Ballester, Vicente Úbeda Mateu se convirtió en el alma mater de la empresa aprovechando su anterior experiencia como tipógrafo en el Levante, donde se encargaba de montar la sección de anuncios y esquelas. El amor y problemas de salud le llevaron a vivir en Xàtiva. Aquí se casó con Vicenta Climent Benavent, fijando su residencia en una finca que su suegro Fernando Climent había levantado en el carrer Blanc, por entonces de la Libertad. En otro de los pisos vivía su cuñada Ascensión, casada con Antonio Sisternes, un tipógrafo impresor formado en los talleres de la imprenta más antigua de Xàtiva, la de Blai Bellver. Era padre de dos hijos, José y Antonio.

Un súbito cólico de riñón acabó con la vida de Antonio, y sus hijos fueron apadrinados por el tío Vicente, allá por el año de 1936, cuando los hermanos Jose y Antonio Sisternes Climent-los actuales propietarios de Marbau-, eran unos niños de apenas siete y tres años. Vicente Úbeda e Ismael Martí, subsistieron a los avatares históricos planteados por la Guerra Civil, y convirtieron la imprenta en un referente en la publicación de los libros de feria durante la primera década de la postguerra, donde colaboraron con intelectuales de la talla de Jose Chocomeli y Rafael Alventosa.

A inicios de la década de los sesenta, Vicente Úbeda decidió separarse de Ismael Martí, para refundar la empresa en el carrer Reina, su ubicación actual. Mientras el emplazamiento primero del carrer Trobat siguió en funcionamiento bajo el nombre de imprenta Martí, hoy desparecida. La refundada Marbau se alzó sobre una parte del edificio donde se había situado la antigua fábrica de licores de Mompó y Bernabeu. Allí Vicente Ubeda contaba con un nuevo sucesor, el joven Pepe, que desde su época de colegial colaboraba con su tío en todo tipo de menesteres, aumentado posteriormente con su iniciativa las prestaciones del negocio, introduciendo la papelería, la venta de plumas estilográficas y la librería. Además de recuperar el archivo fotográfico de José Gallego, gracias a su pasión por la fotografía, que le llevó a ser socio fundador de la Primera Agrupación Fotográfica de Xàtiva. Posteriormente le acompañó su hermano Antonio en aquel nuevo proyecto. Necesitados de mano de obra contrataron trabajadores para su taller. Así ficharon a un joven de Río de Soto, llamado Antonio Cabezón Malo, que inició y acabó su vida laboral en el obrador de Marbau, pasando por la condición de aprendiz, cajista, oficial tipógrafo, hasta maquetador de libros utilizando equipos informáticos. Un ejemplo de reciclaje continuado y de fidelidad a una empresa, cosa hoy impensable en los tiempos que corren, donde ni empresas ni trabajadores arraigan en ningún sitio ni siquiera una década.

Imprescindibles para la divulgación cultural. Seguía la tradición del anónimo gremio de tipógrafos setabenses de fuerte convicción de izquierdas, y con un profundísimo arraigo de la cultura del trabajo que le llevó siempre a buscar soluciones a los problemas planteados a la hora de editar libros, o lo que le encargasen. Tuve el honor de que montara dos de mis libros pertenecientes a la biblioteca de familias, los dedicados a las sagas de los Soldevila y Chocomeli, y fue sorprendente su humildad y predisposición a trabajar sin estar pendiente del reloj, dando siempre la mejor respuesta a la más disparatada propuesta. Sirva su fallecimiento para rendir tributo a la memoria de estos anónimos e invisibles duendes de los talleres, sin cuyo anónimo quehacer, la divulgación de la cultura en forma de libros, folletos, catálogos, revistas o periódicos sería inexistente.

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