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la ciudad de las damas

miembras a la vista

Hay pocas cosas que irriten más a la marabunta machista de rugido fácil que oir alguna de esas palabrejas que insisten en mencionar explícitamente a las mujeres, cuando maldita la falta que hace. Aquella pobre mujer, también ministra por cierto, que soltó lo de "miembras", se hizo acreedora de más chirigotas de las que cualquier persona humana puede resistir. Y sin embargo, su gesto no fue gratuito, sino manifestación de valentía y coraje en estado puro. Y un punto de intrepidez. Y antes de que empiece el linchamiento, se ruega continúen la lectura poniendo de su parte todo el interés en entenderla, sin considerarla un desafío que hay ganar, liberándose de prejuicios y evitando endurecer la discrepancia. Todos y todas saldríamos ganando.

Es rotundamente falso ese lugar común que dice que las palabras se las lleva el viento. Con las palabras construimos nuestro pensamiento. Con el lenguaje creamos la realidad. Y en ese orden, y no a la inversa como a veces queremos creer. El principio cartesiano "pienso, luego existo", ganaría en precisión si se formulase "hablo, luego pienso, luego existo" (Wittgenstein)

Uno de los grandes problemas de las mujeres es que no nos ven, por grandes que seamos en cualquier sentido de la palabra. Es como si el mundo sufriera, en general, una ceguera selectiva que hace que las mujeres nunca salgamos en la foto. Literalmente. O si lo hacemos, sea ocupando titulares en la sección de sucesos, lo cual no es ningún motivo de orgullo. Ni siquiera se trata de constatar que la contribución de las mujeres al progreso de la Humanidad resulta infravalorada en cualquier campo donde se mire. Simplemente se trata de reconocer su existencia porque "lo que no se nombra, no existe" (Steiner).

El machismo lingüístico es un obstáculo importante en el camino de la igualdad. Ese empeño en masculinizarlo todo hablando de "Empleados de Hogar", un colectivo formado mayoritariamente por hombres, como todo el mundo sabe; ese repentino afán de economizar palabras que impone la mención exclusiva de los trabajadores, los vecinos, los socios, los concejales?suprimiendo de un plumazo a ellas , las que trabajan, viven, se asocian o incluso son alcaldesas?; ese rechazo hacia palabras nuevas tan feas como "miembras" pero no hacia otras como "guay" o fistro" pacíficamente aceptadas por la RAE; esa defensa a ultranza del masculino que todo lo engloba, porque lo dicen ellos, convirtiendo así la referencia universal del ser humano, en un varón todopoderoso? Son factores que contribuyen en la construcción de una realidad injusta y discriminatoria.

Ante el lenguaje sexista se reclama el discurso incluyente. No por soberbia, o el afán de confrontación sino por el inquebrantable deseo de ser conocidas y reconocidas. A día de hoy, la causa de las mujeres está en franco retroceso. Hemos perdido derechos, recursos, y sobre todo presencia, visibilidad. El lenguaje manifiesta esta triste realidad y por eso resulta francamente decepcionante oír en Xàtiva, a veces, a los nuevos gobernantes. Más que nada, porque en su caso, sabiendo el valor de las palabras, no dedican, en general, atención ni preocupación a utilizar un lenguaje en el que todas nos sintamos reconocidas. Ejemplos, por decenas, mirando una hemeroteca local que abunda en titulares absolutamente excluyentes con la mitad de la ciudadanía a la que se dirigen.

Una vocabulario que deja al margen a la mitad de la sociedad. El lenguaje nunca es inocente. Retrata al que habla, modela comportamientos, señala prioridades. Siempre ha sido injusto con las mujeres pero sabe rectificar si hay voluntad de cambio. Pero no habrá cambio, ni recambio hasta que se deje de esconder bajo las palabras a la mitad de la sociedad.

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