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minima moralia

sobre el consumo cultural

No recuerdo la fecha, si bien creo fue a poco de haber sido inaugurado el Gran Teatre de Xàtiva. Se anunciaba la representación en él de Deseo de ser piel roja, un libro de Miguel Morey que recibió el XXII Premio Anagrama de Ensayo en 1994, en una versión teatralizada por su autor y por el recientemente fallecido Pepe de Jiménez. Un trabajo, casi todos los de Morey lo son, que aúna la ficción autobiográfica y el discurso reflexivo en lo que se ha denominado filosofía narrativa; no cabía esperar sino una función de teatro-de-texto que, obviamente, requiere de atención y escucha. Era ofrecida en sesiones dirigidas a alumnos de instituto en horario matutino, y a una de ellas asistí.

Desde el inicio, faltaba la mínima atención; de la escucha ni hablemos. Las voces y risotadas desde la platea iban en aumento dificultando la audición. Por momentos algún profesor emitía un leve ssshii, para atemperar a sus discípulos. Pero el bullicio y hasta los movimientos por la sala iban en aumento. Tan vergonzosamente, que los actores hubieron de detener la representación en un par de ocasiones para, desde el escenario, pedir silencio y respeto a su trabajo. Sin lograrlo, finalmente, la función se interrumpió antes de llegar a término. Aún no tengo claro si se debió a un error de programación, de falta de aviso en el aula por los profesores o de una situación insalvable por asilvestrados espectadores cultivados con películas de mamporros y explosiones.

Releyendo ese conjunto de reflexiones críticas sobre las técnicas y los recursos narrativos que es el volumen Las semanas del jardín, de Sánchez Ferlosio, encuentro una digresión acerca de "ir al cine" y "ver esta película". Igualmente aplicable a leer algo ("una novela cualquiera, pero que sea entretenida", un bestseller) —o a ir al teatro— y leer este libro —o asistir a esta obra teatral—. La decisión de "ir al cine" se define, al decir de Ferlosio, "enteramente al margen de su posible contenido concreto y singular, como una acción genérica a la vez que intransitiva, respecto de la cual cualquier película, por hermosa que sea, se transmuta de objeto en instrumento y se convierte en un ente fungible e indefinido". Es por ello que dicha determinación se define por lo opuesto a la voluntad de ver una película en concreto —o leer un libro o asistir a una obra teatral en concreto—. Para Ferlosio, "ir al cine" y "ver esta película" son las premisas que constituyen dos tipos diferentes de espectador. Algo que repercute directamente en las condiciones de producción de las películas —como de los libros y las obras teatrales—. "Al orientarse, continuará Ferlosio, fundamentalmente la producción de la película conforme a la demanda de los espectadores del tipo "ir al cine", la propia invención es suscitada no ya por el objeto al que haga referencia, sino por el lugar vacío que la reclama, y se plasma conforme a sus principios de genericidad y de fungibilidad: el repertorio ha de ser ampliamente intercambiable, y todos los ingredientes se vuelven implementos para lugares vacíos invariantes y preestablecidos" con fórmulas usuales. Es así que convergen producción y consumo para condicionarse mutuamente a través del lugar vacío en que se encuentran y que se simboliza en el precio de la localidad. Quien pretenda saber lo que es el cine —o la literatura y el teatro— y conocerlo, habrá de considerar la distinción entre una forma cultural y un fenómeno social, "como si fuese un arte antes que un comercio". De otro modo, no se advertirán los hechos y realidades de signo muy diferente, cuando no opuesto desde el punto de vista cultural, que se amparan bajo estos dos conceptos.

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