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Biblioteca de familias

Tiempos de labranza. la vida de un agricultor

La reciente celebración de la I Fira de l'all tendre para promocionar la denominación de origen de l'all tendre en Xàtiva, más los últimos informes de instituciones no gubernamentales que alertan sobre la pauperización de las clases medias a la lo largo y ancho del país, nos llevan a evocar aquellos tiempos en que pequeños propietarios y arrendatarios poblaban las plazas setabenses de Sant Pere, Sant Jaume, la Bassa o el Raval, dando trabajo a los jornaleros de las calles pegadas a las faldas del castillo, al tiempo que satisfacían el ansia de rentas de infinidad de comerciantes, abogados, médicos y nobles, que entendían la fecunda vega de Xàtiva como un fondo de inversión, donde rentabilizar los capitales ganados en el ejercicio de las profesiones liberales, o simplemente para mantener una envidiable condición de rentista, sin tener que ensuciarse las manos con el odioso trabajo del terruño.

Encontramos un inventario post-mortem que registra los bienes del difunto labrador José Faus, fallecido a mediados del siglo XIX, y que demuestra que hace no mucho, se podía vivir dignamente de la tierra. Sin datos genealógicos, ni la consiguiente adjudicación testamentaria, sólo podemos afirmar que era un agricultor natural de Rafelguaraf que trabajó las tierras de su pueblo para los senyorets de Xàtiva. Jamás tuvo casa ni tierra en propiedad, pero las rentas generadas por su trabajo sí le permitieron alquilar una casa adaptada a su condición de labrador, es decir con patio, corral y andana, espacios imprescindibles para guardar sus motores de sangre, cosechas, y utensilios de trabajo, en aquellos tiempos en que la orientación profesional determinaba la tipología de la vivienda.

La joya de su patrimonio fueron una mula bragada y dos equinos jóvenes. Una ideal para labrar caballones sobre suelos húmedos, y los otros para tirar de carro cargado de arroz, hortalizas, habichuelas, trigo o lo que se cultivase en dirección al molino o al mercado. Su casa humilde, sin bibliotecas, grandes cuadros, vajillas de porcelana, muebles de calidad, ni criadas. Pero hambre no pasó. La alacena siempre llena de cereales, legumbres, tocino, vino y aceite. Y la carne jamás faltó al criar un buen cerdo en el corral. Ni tampoco pasó frío, con leña abundante en el corral, buena cama de mullido colchón y pesado cobertor, y muchas mudas para el invierno y el verano, y la materia prima necesaria para hacerse la ropa a medida. Jamás faltó en su armario una buena capa y un variado surtido de camisas de algodón que lucir durante los días de precepto.

Más allá de la subsistencia, pudo permitirse caprichos como el de tener un traje de terciopelo, pasear un buen caballo, fumar tabaco, disfrutar de carne fresca con asiduidad, o pagar las visitas médicas de un doctor cuando ya los achaques le avisaban de la cercanía del fin de sus días. Los labradores valencianos constituyeron el puente entre el mundo del trabajo y la renta, fueron nuestra clase media por excelencia, y hoy constituyen otro sector social más, maltratado por la crisis y una implacable globalización, que tiende a premiar al comerciante especulador, y a hundir en la miseria al pequeño productor, para traerlo todo de fuera en detrimento de lo autóctono. Desapareció el arroz, la morera, los frutales, el olivo, y la viña de la geografía agraria setabense, y hoy el monocultivo naranjero continúa un imparable retroceso ante una terrible coyuntura de caída de precios, mientras el ajo tierno se constituye como la última esperanza que ayude a recuperar la prosperidad del regadío local, en otro tiempo principal fuente de riqueza, dinamizador de la economía, y también instrumento de cohesión social, gracias a que su propiedad se hallaba muy distribuida. Es hora de recuperar el pasado, y frenar una coyuntura que tiende a convertir al agricultor en un jardinero del campo, o en una especie en vías de extinción, y no como antaño, en un vertebrador de la economía productiva.

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