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Orgullo

Se casaron hace más de 100 años porque se querían. Eran jóvenes, románticas y guerreras y, además, eran dos mujeres que lo tenían expresamente prohibido por la sociedad y por la Iglesia. Tuvieron que hacer malabarismos y construir para una de ellas una nueva identidad masculina mintiendo a diestro y siniestro, pero lo hicieron y consiguieron que un cura, convenientemente ubicado en la higuera, las casara. Sin embargo, no llegaron a comerse las perdices del cuento, porque las pillaron y tuvieron que emigrar. Pero su matrimonio nunca fue anulado por lo que a pesar de todo, estas dos mujeres gallegas consiguieron unirse en santo matrimonio como era su deseo.

Afeminado, maricón, mariposa, moñas, sarasa, invertido, bujarrón, tortillera, marimacha, bollera... existen decenas de adjetivos, y ninguno cariñoso, todos reservados para quienes se salían del mandato oficial con unas preferencias sexuales no admitidas en los cánones de la época. Una época negra y maliciosa, sucia y cobarde, en la que se condenaba a quienes eran diferentes y se les humillaba metódicamente, negándoles cualquier posibilidad de encontrar la felicidad junto a quien quisieran. Insultos y vejaciones se destinaban a una parte de la población, que no había cometido más delito que no encajar en la "normalidad" que algunos imponían, con una crueldad y una hipocresía descomunal.

Es cierto que este país dio en 2005 un paso de gigante con una legislación puntera en materia de respeto a la diversidad, pero también lo es que el prejuicio hacia quien es diferente, y además no lo esconde, sigue vivo; tan amenazante y malévolo como siempre, a poco que escarben en nuestra conciencia colectiva. Por eso, el Día del Orgullo, que empezó siendo del orgullo gay, hasta que se le cayó el apellido para incluir a todas las personas con identidad o expresión de género diferente, se celebra esta semana con más fuerza que nunca. Empezó siendo un día, y hoy ya son diez y la celebración es cada vez más exagerada, exhibicionista y provocadora. Hay quienes abogan por bajar el ruido y quitar colorido a la celebración precisamente para apostar por la "normalización" de la realidad. Es discutible esa pretensión de normalizar, con lo difícil que es determinar quien tiene el monopolio de la "normalidad" en este país de gente rarita. Pero, en todo caso, es absolutamente necesario naturalizar lo que es efectivamente natural; es decir, la diferente orientación sexual de las personas, eliminando cualquier connotación moral o ética.

Puede considerarse también que tanta apología del ocio favorece sólo el negocio y convierte el Orgullo en una celebración descafeinada, con mucho ruido y pocas nueces; es decir, mucha simbología pero escasas consecuencias. Y es verdad que crece de forma sospechosa la mercantilización de un Día del Orgullo que no se debería parecer en nada al Día de la Madre en lo que se refiere a marketing y otras zarandajas, por muchos patronos que se ofrezcan para subvencionar el festejo.

Nada que esconder

Pero con todo, en recuerdo de las dos gallegas matrimoniadas sólo en razón de su empeño y su coraje; en recuerdo de tanta gente infeliz que tuvo una vida de mierda, encerrada en un solitario armario donde debía esconder su supuesta "suciedad", cuando lo verdaderamente asqueroso era la mirada de quienes les condenaban?Por ellos y ellas, vale la pena ver desfilar esas carrozas llenas de gente feliz y exhibicionista, que no se esconde porque ya no tiene miedo, ni a nadie causa temor. Bueno, excepto a los eternos sepulcros blanqueados que, instalados en su atalaya desde la que creen que pueden controlar el amor y la estima, siguen mirándolos con enorme desdén y una pizca de envidia muy escondida.

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