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EVANGELISMOS DE XÀTIVA

H ace algo más de medio milenio, un 31 de octubre de 1517, un indignado monje agustino llamado Martín Lutero, colgó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg 95 propuestas para reformar el catolicismo. La venta de indulgencias para sufragar los gastos de la construcción en Roma de la basílica de San Pedro fue la gota que saturó su ascética paciencia. Protestaba así ante los jerarcas del catolicismo, por atreverse a vender trozos de cielo a cambio de generosas contribuciones económicas sin importar para nada la fe ni otras cuestiones espirituales.

Ni Carlos V con manu militari, ni los jesuitas nacidos al calor del Concilio de Trento, pudieron atajar unas críticas que pronto provocaron otro gran cisma dentro del cristianismo. Ahora, en el norte de Europa, donde buena parte de la cultura anglosajona y germana acogieron las ideas de aquel protestante para fundar una nueva iglesia en base a la libre interpretación de los Evangelios, la negación de las imágenes y del culto a la Virgen, de buena parte de los sacramentos, y que aspiraba a convertir a los sacerdotes, en pastores sin celibato, libres de cerrados dogmas, que iban en contra del antropocentrismo renacentista. Y, por supuesto, nada de buenas obras, porque lo importante era tener fe. Al intento de Reforma, se opuso la Contrarreforma, y durante siglos, Roma no le perdonó a Lutero su atrevimiento. Fue condenado por hereje y excomulgado. Y fue Lutero creciendo intelectualmente explicando la Biblia en lenguas vulgares protegido por príncipes alemanes hasta su muerte.

No sabemos cuándo se inició el culto a los Evangelios en Xàtiva, hoy fuertemente arraigado, pero al Obrero Setabense, semanario local defensor de los intereses católicos, no le sentó nada bien la llegada de los protestantes, a los que definía, mediados los años veinte del pasado siglo, como una secta que «con sus múltiples variaciones y denominaciones propias del error y la mentira, es rama seca y podrida, desgajada del árbol frondoso de la iglesia, que no puede dar más que frutos de perdición y muerte». Y arengaba a los católicos, para que desplegaran «todo su celo para impedir que en esta tierra sagrada, patrimonio de la Santísima Virgen de la Seo, arraigue la planta protestante, envenenada y maldita». Y no tenía tampoco ningún reparo aquel medio de comunicación, anclado en el pasado de Trento, en amenazar con la condena al infierno o castigar con severas penas a todo aquel católico que se atreviese a prestar ayuda a los propagadores y defensores de los evangelistas, a los que deseaban expulsar de Xàtiva.

Pero, como suele pasar, la radical intolerancia de ver al protestante como enemigo causó el efecto contrario, y pronto Xàtiva contó con un templo evangélico. Y allí acudieron muchos católicos descontentos, como José Aragonés, que pensaban que la misión de Jesús en la Tierra, no era fundar una iglesia, y más cuando ésta, en su opinión, se había convertido en «una asociación internacional de farsantes cuya sede es el Vaticano, y a su frente, el cómico mayor, el que hizo voto de pobreza perpetua, es poseedor de las tesoros más fabulosos de la tierra?», como él mismo publicaba en el Progreso, el otro diario de la ciudad, a la izquierda del Obrero Setabense, pero que al igual que éste era muy amante de utilizar una violencia verbal infinita, donde la descalificación estaba a la orden del día en sus editoriales para defender intereses partidistas que los convertían más en panfletos, que medios de comunicación veraces.

A principios de los años 30, Aragonés quería casarse con Patrocinio, su novia, y sentía curiosidad por conocer a los evangelistas. Deseaba saber si le podían aportar una religiosidad diferente a la tradicional católica. Ambos estaban bautizados, no eran ateos, creían en Jesús, al que consideraban un genio de la moral, precursor del amor, la fraternidad e igualdad, y en un orden natural regido tal vez por una inteligencia superior, pero no en la iglesia como intérprete de la Biblia, ni en sus dogmas de fe, a los que consideraban desvirtuadores del mensaje de Cristo, y un grave obstáculo en la búsqueda de la Verdad.

En Xàtiva, corrían rumores sobre que la Iglesia Evangélica practicaba un culto más libre y cercano a los inicios del cristianismo, donde las mujeres acudían humildemente vestidas, sin joyas, ni ropas caras, a unas celebraciones exentas de vanidad, y donde su templo carecía de imágenes y pinturas, y no tenían más expresión artística que humildes carteles colgados sobre las desnudas paredes del piso o bajo que utilizaban como templo. Algunos católicos valientes, lectores del Obrero Setabense, y sin miedo a la condena eterna que pendía sobre sus cabezas, empezaron a cambiarse de credo, al quedar prendados de una sencillez que les recordaba a los tiempos del cristianismo primitivo.

Con el permiso del pastor, asistieron al sermón dominical y a pesar de no ser fieles creyentes. Su parlamento era claro, ameno, directo, humilde y escasamente incendiario, pero al igual que el católico, no les convencía, y preferían seguir siendo racionalistas, ya que no entendían algunos de sus dogmas, como que la fe era un don divino. La pareja llegó a la conclusión que el simpático predicador y ellos mismos perseguían el mismo fin, el de la redención de la humanidad, pero por diferentes caminos. El primero, a través del Evangelio predicado por Jesús, y transmitido por los apóstoles, y José y Patrocinio pensaban seguir la doctrina de la razón, cuyos máximos profetas fueron a su entender: Sócrates, Aristóteles, Miguel Servet, Galileo, Voltaire, Diderot, Pascal, Ramón y Cajal y Ferrer i Guardia. Se casaron siguiendo un rito civil.

Tolerancia actual

Afortunadamente, en los tiempos que corren, la Iglesia Católica actual desea perdonar a Lutero, quinientos años después, y ha participado en los actos de la celebración del nacimiento de la reforma protestante, sin condenarle como antaño, sino buscando puentes entre dos de las grandes ramificaciones del cristianismo que durante siglos se han enfrentado a sangre y fuego. Y ahora, se respetan y conviven en perfecta armonía. De ello es un claro ejemplo la ciudad de Xàtiva. Medio milenio, pues, cinco siglos, ha costado en España normalizar la tolerancia religiosa y la libertad de cultos.

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