Las infraestructuras culturales han experimentado un desarrollo sin precedentes. Es un lugar común que las ciudades de los llamados "países desarrollados" dediquen grandes esfuerzos a la creación, mantenimiento y gestión de los espacios dedicados al estudio, la exposición y la generación de ideas en torno al arte. Nuestro país, pese a la particularidad de su historia y al letargo de la dictadura, no es una excepción. En el periodo que va de la transición a nuestros días se han creado y remodelado tantos espacios de exhibición artística que el fenómeno no ha pasado inadvertido. La realidad de los museos españoles está alejada de cualquier tópico romántico. Han dejado de ser lugares sombríos, inmóviles y rancios. En el peor de los casos son parques de atracciones sin orden ni concierto. En el mejor, son espacios dinámicos, centros catalizadores de la creatividad, donde se enseña, se investiga y se revisan paradigmas.

Algunos proyectos se enfrentan hoy a un frágil estado de salud. En los últimos meses hemos presenciado noticias sobre la designación de políticos como directores, los efectos de la censura o el cierre de instituciones por falta de acuerdos, hechos que conformarían, con suficiente distancia histórica, un amplio capítulo para una futura historia de los museos en España. Además de los problemas de la crisis económica mundial, los pies de barro de esta edad de oro de los museos están, en mi opinión, en estas tensas relaciones entre gestión y política que debilitan la credibilidad de las instituciones públicas que promocionan y dan cabida al arte y a la reflexión.

La crisis del relato moderno puso sobre la mesa que el museo no es una institución neutra: la narración del museo a través de la ordenación y la interpretación de las imágenes produce ideología, legitima. En consecuencia, a través del modelo de gestión, el museo de hoy puede seguir ofreciendo interpretaciones hegemónicas o aceptar una reconversión y refundación de acuerdo con los valores de una democracia participativa, que crea significados a partir del diálogo y que rechaza discursos estáticos y autoritarios. El museo de hoy debe exigir transparencia. Son muchas las instituciones regidas por el Código de buenas prácticas. La burla de uno de sus puntos más importantes -la elección del director a través de concurso público- ha vuelto a ser motivo de polémica. Ésto resulta inexplicable en un momento en el que el concurso público dignifica a las instituciones que lo ejercen y ha ofrecido interesantes resultados para la reinvención del museo como espacio plural. Parafraseando al pionero collage pop de Richard Hamilton, pienso que lo que hace, lo que puede hacer a los museos de hoy tan diferentes, tan atractivos, es el espacio plural y la transparencia en la toma de decisiones en puntos tan decisivos como la elección de su director.