Crónica

Gracias, Dios, por Luis Prado

Luis Prado

Luis Prado / Fernando Soriano

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Revelaba el tango titulado “Cambalache” que en el siglo XX siempre hubo chorros, maquiavelos, estafados, contentos y amargados. Por una cuestión meramente estadística, sería lógico pensar que todos estos tipos humanos estuvieron representados en el concierto que Luis Prado ofreció en Loco Club en la noche del sábado pasado, máxime cuando se colgó el cartel de no hay entradas días antes. Más allá de la lógica, lo que sí les puedo asegurar, además de que fue un show absolutamente maravilloso e inolvidable es que, entre el público que allí se apretujaba feliz, abundaban los estafados por la vida adulta.

Luis Prado

Luis Prado / Fernando Soriano

Personas que creímos en todas aquellas mentiras que nos contaron de pequeños para alimentar de esclavos el sistema y que, llegados a una edad, advertimos en nuestra existencia un tedio, una grisura, una angustia, una frialdad, una frustración y una impotencia frente a las injusticias contra nosotros cometidas muy dolorosas de gestionar. Las víctimas de esa estafa buscamos consuelo y amparo en los discos y los conciertos del genial pianista alicantino. Y, si al final no lo conseguimos, al menos habremos pasado uno de los mejores ratos de nuestras desoladas vidas al lado de otros tantos que comparten esa amarga desazón. Total, mal de muchos, consuelo de tontos.

La estupefacción en las caras del público tenía forma de interrogante. ¿Por qué frente a Prado me siento mejor? ¿Por qué habla de mí tan certeramente? ¿Por qué toca tan bien el piano? ¿De dónde sale toda esa magia? Aparte del trabajito que le cueste, que será mucho y complicado, Luis tiene un don. Está bendecido con ese plus de genialidad que solamente unos pocos artistas tienen. Para escribir letras y melodías pluscuamperfectas, en las que todo está en su lugar, brillantemente empaquetado para regalo. Para dar voz a una generación de gente corriente, con problemas corrientes, con una inteligencia y un sentido del humor irónico muy poco corriente. Y le pega a las teclas… Señor, qué barbaridad. Con manos de dibujos animados. Las manos de Dios. Un prodigio de exactitud, una explosión de energía emocional. Tiene eso que los flamencos llaman duende y los negros groove. La magia que acerca a unos pocos humanos a la esencia de la divinidad.

Luis Prado

Luis Prado / Fernando Soriano

Y claro, la boca abierta todo el rato mientras sus manos vuelan sobre su piano, pensando en que tú te lías con los botones del porterillo del patio. Y eso que solamente hay cuatro puertas en la finca y siempre te acaba abriendo una vecina por pena, vaya chuza, amigo, mira de coger las llaves a la próxima. Y llorando lágrimas sanadoras de risa y fascinación mientras el gachó ataca “Moderadamente bien”, “Modo hater” o “La magia de un momento”, sabiendo que tu vida no va a mejorar sustancialmente, que tu mejor versión murió hace años y que lo mejor que puedes hacer es afrontarlo con un mínimo de dignidad. Y tan ricamente, mientras se mete con el público, intercala bromas sobre Eurovisión, puyas más o menos veladas a compañeros de profesión, fraseos de West Side Story o Supertramp, versiones de Elton John o David Bowie. Recuperando antiguas coplas suyas con y sin Señor Mostaza o explicando su propia teoría sobre el 23-F. Todo con una gracia infinita, sin esfuerzo aparente, con la peña en trance.

Un show total que me recuerda, salvando todas las distancias que quieran, a aquellos espectáculos que se marcaba Liberace en Las Vegas en los que se mezclaba la música, el glamour, la fantasía y los monólogos humorísticos. Aquí, en lugar de candelabros y lentejuelas, un taburete que remitía por momentos a un Eugenio mordaz y mucho rock y pop de matriz beatleniana, época post “Penny Lane”, con una banda enchufadísima que le daba a aquello un empaque que para qué. Algo serio. Y miren que la última vez que vi a Prado, en el mismo lugar, acompañado únicamente por un precioso piano de cola, se las bastó solito. La sección rítmica, con Carlos Soler al bajo y Pedro Corral a la batería, le daban al conjunto una profundidad potente, melosa y melódica a la vez. Un currazo preciso y elegante, que puso el suelo desde donde despegaba el órgano y la guitarra incendiada de pasión y verdad de un colosal Carlos Álvarez, que explotó tremendamente en “No sé qué ves en mi”.

Y venga los coros celestiales, y venga meter nueve mil notas en cada compás y venga restregarnos por la cara nuestras decepciones, nuestros fracasos, nuestros terrores, nuestras mentiras, nuestros traumas, nuestros errores. Y nosotros, celebrando cada canción como un gol épico que nos da la victoria frente a la vida, pero que nos acerca un poco más a la derrota final en una existencia llena de contradicciones en la que todos los días lloramos como llora la Biblia contra un calefón, igual que en el tango del principio. Como en aquel segundo rosco en el Estadio Azteca. Gracias Dios por la música, gracias por Luis Prado, gracias por estas lágrimas, gracias por este Estafados 2-La Vida Adulta 0.

Luis Prado

Luis Prado / Fernando Soriano