Dedica el libro a los que resisten en medio de este festín de parásitos. ¿Tan mal ve el entorno?

Hay que estar ciego para no verlo. Hay mucha gente pasándolo mal y ojalá todo acabe haciendo pagar a quienes nos han metido en esto, pero me temo que no.

Melville y Conrad resuenan en las páginas de su libro. ¿Por voluntad propia?

Sí, son los autores de mi vida, me han hecho volar desde pequeño.

«Decisiones turbias ejecutadas por hombres turbios, y turbias recompensas». Le ha salido un buen resumen de esta crisis financiera…

En el libro se refiere a una situación muy concreta, pero si tuviéramos que explicar lo que nos pasa una forma sería esa.

Todos los protagonistas están algo locos. ¿Así ve al ser humano?

Nuestro día a día no es el de una traficante de piedras preciosas o un marino mercante, pero cualquiera se reconoce en sus sombras, tan parecidas a las nuestras.

No queda duda de que concibe la literatura como evasión para el lector, ¿pero para el autor es también un escape del crudo mundo de las televisiones?

Para mí, las páginas del libro son un rescate de la rutina. Tengo la necesidad de soñar despierto y por eso escribo. Pretendo que mi libro sea más que entretenimiento, pero escribo porque lo que veo alrededor no me es suficiente; necesito fantasear.

¿No hay más tiburones en las cadenas que en el Índico?

Sí [ríe]. Las cadenas son un negocio en el que el factor humano existe, pero cuesta encontrarlo. Yo llevo más de 20 años, pero he tenido suerte: he encontrado más gente que me ha tendido la mano que tiburones.

¿Los premios son necesarios incluso para un rostro de la televisión?

Muy necesarios. Yo no vivo de la literatura, pero los premios te inyectan mucha convicción. Creo que no hubiera escrito la segunda sin lo que recibí de la primera.

¿Le molesta que le identifiquen por su pasado sentimental con Letizia Ortiz?

Quizá el primer año, pero después uno se inmuniza. Yo he tenido mucha suerte en la vida sentimental a partir de ahí y lo tomo hoy como una anécdota. Cuando ocurrió todo tuve tres posibilidades: adularla mintiendo; decir la verdad y, por tanto, hablar mal y quedar como un rencoroso resentido, y dejar que cada cual saque sus conclusiones. Fue esta la que escogí. Ni la he adulado, ni la he criticado con rencor; creo que es lo más honesto que podía hacer.

¿Escribir, literaturizar aquella historia, nunca le ha seducido?

No, tengo cosas más importantes que hacer. Mientras la imaginación me dé para escribir, prefiero ese camino. Claro que me han tentado para escribir sobre Letizia, pero de momento que corra el aire. Y en este país no es tan fácil publicar historias de ese cariz: aunque vamos abriendo los ojos, aún queda un círculo poderoso dispuesto a cerrar filas.