Una investigación de la Universidad de Alicante (UA) atribuye el origen de los conventos de las emparedadas en la época moderna (siglos XVI-XVIII) a una manera de huir del control de los hombres en ese periodo.

Las emparedadas eran grupos de mujeres que se retiraban a un convento u otro tipo de recinto de forma espontánea y con la finalidad de alcanzar un alto grado de contemplación mediante la soledad y el aislamiento.

El convento era así un espacio de libertad y lugar de formación para estas mujeres, señala el estudio, pues aprendían a trabajar el huerto, cocinar, coser, planchar, escribir, leer y adquirir conocimiento. Además, las dotes con las que ingresaban les hacían ser dueñas de tierras que ellas mismas administraban.

La experiencia colectiva de estas mujeres, que consagraron su vida a la oración al elegir libremente su destino, es el tema del artículo Una aproximación a la espiritualidad femenina en el Alicante de principios del siglo XVII, de la doctoranda de la UA Berta Echániz Martínez.

Alicante contó con sus emparedadas. El 29 de junio de 1606, nueve mujeres se encerraron en la casa que acababan de adquirir. Al día siguiente, se añadiría una décima. El primitivo convento de la Purísima Sangre de Cristo, casa en la que se encerraron y que dio nombre popular a estas mujeres, «Monjas de la Sangre», se fundaba como monasterio el 18 de julio de ese año.

Según la investigación, las emparedadas contaban con el apoyo del cabildo alicantino, tanto el eclesiástico como el civil. Estas mujeres querían buscar su propio lugar, pero fuera de la vida civil y de la Iglesia. «Su pretensión era poder elegir quién les manda y tener capacidad para decidir por sí mismas», según Echániz Martínez.

En aquel entonces, asumen funciones propias del voluntariado, como hoy en día lo conocemos, lo que les confiere fama y ascenso social, al tiempo que supone «una forma de reivindicarse».