El escultor valenciano Ramón de Soto (Valencia, 1942) falleció el pasado viernes provocando una profunda y dolorosa consternación entre sus familiares, amigos y personas del mundo del arte, quienes a pesar de ser conocedores de su delicada salud, no podíamos imaginar que iba a tener un desenlace tan repentino como inesperado.

Tan solo hace tres días estuve con Ramón, amigo verdadero desde hace más de cuatro décadas, debatiendo algunos de los temas en los que veníamos trabajando en la Comisión de las Artes que presidía en el Consell Valencià de Cultura, también desempeñaba una gran labor como Vicepresidente de este órgano al que últimamente le dedicaba todo su tiempo.

Con ese vitalismo que le caracterizaba, hablábamos de la exposición colectiva que al día siguiente se inauguraba, integrada por los artistas que formaban su equipo de investigación y organizada por la Fundación Frax en Alfás del Pi. En ella participaban también su esposa, la escultora Natividad Navalón y su hija Nati. Después de la inauguración, en el restaurante, en presencia de su esposa y su hija y rodeado de amigos, se sintió gravemente indispuesto y desgraciadamente perdimos a uno de los escultores contemporáneos más importantes que ha dado nuestra tierra.

Además, fue un artista hospitalario, generoso, cercano, muy receptivo y muy sensible por los derechos humanos en los que creía por vocación propia. Y es que Ramón, además de un amigo entrañable y un prominente artista, fue un hombre de cultura como ha demostrado en su amplia trayectoria ya que desde sus orígenes decidió que lo académico debía correr al lado del arte. Por ello estudió en las Escuelas de Bellas Artes de Valencia y Madrid. Más tarde se doctoró en la Universidad Politécnica de Valencia donde obtendría la cátedra de Escultura y sería profesor de ese mismo departamento durante muchos años. De Soto, a partir de 1968 formó parte del grupo Antes del arte, junto al crítico Vicente Aguilera Cerni y los artistas plásticos Joaquín Michavila, Eusebio Sempere, Sobrino, José María Yturralde y Jordi Teixidor. Unos años más tarde, en 1973, fundó el grupo Bulto con el que participó activamente con otros artistas por toda la Comunidad Valenciana.

Su compromiso con la renovación pedagógica fue más allá de su pertenencia a estos colectivos artísticos. Su labor investigadora le propició una carrera siempre próxima a la ciencia y a la historia. En este sentido fue un apasionado de la mitología griega y de cualquier sistema de creencias que pretendiese llenar de sentido la realidad social desde un punto de vista espiritual.

De Soto muestra especial interés en la filosofía Zen, ya que, según me confesó, a partir de experiencias vividas en Japón, aprendió una manera diferente de abordar la vida, una concepción nueva donde la fe y la superstición superan y reducen la realidad.

A mi llegada al IVAM en el 2004 tuve la suerte de inaugurar una retrospectiva que tuvo un enorme éxito. En aquella época, hace ahora diez años, compartió conmigo infinidad de reflexiones, pero, sobre todo, una de ellas, en un día como hoy, cobra un enorme sentido para mí: «Lo que yo realizo en último extremo es mi propia existencia por lo tanto estoy buscando un sentido a mi propia existencia a través de lo que yo estoy construyendo».

Escuchando sus palabras, nos queda el consuelo de que al admirar su obra encontraremos una síntesis de su vida que nos recordará al amigo indispensable. Aunque ya nada será igual sin su presencia. Siempre estará en mi memoria sus palabras: «Consu, vamos a luchar y lo Conseguiremos».

Ramón, amigo, descansa en paz.