Hace unos dos mil seiscientos años las llamas consumieron el poblado ibérico de La Celadilla, en Ademuz. El incendio probablemente no hizo prisioneros, pero dejó huellas para que los detectives del túnel del tiempo encontraran algún día evidencias del comportamiento de una sociedad a la que es difícil seguir el rastro porque acostumbraba a incinerar a sus difuntos. El equipo de arqueólogos liderados por Daniel Giner, que desde 2009 excavan en el asentamiento de Ademuz durante dos semanas de julio, dio el mes pasado con el esqueleto de un joven de entre 14 y 18 años y 1´65 metros de altura.

Es el cuarto que localizan desde que comenzaron las excavaciones, en una pequeña área del poblado. El hecho es totalmente inusual „es el único yacimiento de este tipo en territorio valenciano y en España se pueden contar con los dedos de una mano„y se debe sin duda a que fue el fuego quien acabó con la vida en el poblado. Pero la cuestión que ahora merodean los arqueólogos es la siguiente: ¿de dónde vino ese fuego? «No hemos encontrado evidencias de que fuera un ataque, pero si fue accidental alguien hubiera venido hasta el asentamiento a recoger los cuerpos para darles funeral». Establecer un relato para lo que sucedió en La Celadilla resulta de gran interés para quienes investigan cómo se comportaban aquellos asentamientos humanos. Del cuerpo descubierto, con las nuevas técnicas, se podrá averiguar el color del pelo e incluso las patologías que le afectaban, lo que puede llevar a los científicos a establecer incluso qué profesiones desempeñaban.

«Hasta ahora, además, hemos descubierto los restos de cuatro varones, lo que nos lleva a varias hipótesis: que este fuera un asentamiento militar, que se llevaran a las mujeres cautivas...», explica Giner. Además, el joven que pereció hace más de dos milenios, parece que lo hizo mientras un adulto, descubierto en 2013 algo más arriba de él, intentaba protegerle. Giner y su equipo tratan de desenredar un nudo atávico que arroje nuevos conocimientos sobre una sociedad primitiva mientras asume la ironía del tiempo: «este tipo de excavaciones no se acaban en toda una vida».