Con su gratuidad, los Conciertos para todos del Palau persiguen por un lado ampliar el público de la música, por otro permitir que disfruten también de ella quienes querrían y no pueden hacerlo durante la temporada de abono. Rellene el lector la elipsis: música para pobres. Que éstos se achicharraran en el microondas en que el verano convierte el vestíbulo del auditorio la administración saliente nunca quiso evitarlo. La entrante no ha aprovechado la primera ocasión que ha tenido de numerar las localidades. Los pobres siguen al sol. Un año menos un día después, Enrique Artiga, habitual clarinete principal en la Orquestra de València, volvió dirigirla. La versión del Triple de Beethoven que con tres jóvenes instrumentistas también locales como protagonistas obtuvo en la primera parte sólo fue casi redonda. En general, ya desde la introducción orquestal al primer movimiento se notó que este iba a ser un Beethoven indebidamente amable, descafeinado, Biedermeier. La entrada de los solistas pareció enderezar el rumbo expresivo, pero también en momentos clave como la segunda sección del desarrollo hubo en ellos más energía que nervio y, desde luego, empaste. Tras un Largo sí cantado con bastante poesía, los motivos de reserva se repitieron en un final que el violonchelo inició muy desentonado y donde a menudo el tutti (cc. 245 ss., p. ej.) tuvo músculo pero sin fibra.

El Romeo y Julieta de Chaikovski comenzó sin la combinación de tragedia y trascendencia obligada en la descripción del Padre Lorenzo, y siguió con de nuevo casi todo en su sitio pero sin mayor emoción. Mala suerte fue además que cuando más cerca estuvo de aflorar ésta, en el momento de la muerte, el efecto lo arruinara? un teléfono móvil.

Cerró programa Italia, rapsodia sinfónica compuesta por Alfredo Casella en 1910 mayoritariamente sobre temas folklóricos sicilianos y rematada con un carnaval napolitano donde el «Funiculì, funiculà» de Luigi Denza se lleva al paroxismo. Trivial en sí, así fue como sonó.