A Rafael Amargo le gusta la exposición mediática. Y si no, lo disimula tan bien como un vendedor ambulante, un feriante o un artista circense. Antes de que los periodistas desenfunden el bolígrafo, ya ha vendido su Poeta en Nueva York „trece años girando por todo el mundo„ con un titular en cifras: «llevamos más de 41.000 espectadores en las últimas 32 funciones en la Alhambra», para luego llevarlo al terreno local: «No hace falta ser andaluz para bailar bien flamenco, en este espectáculo hay dos interpretes que son de aquí». Sin que falte un guiño al público: «Esta es una plaza muy agradecida. Me encanta que la gente jalee y aplauda. Son muy falleros».

Claro que, tratándose de su obra más reproducida, el artista ya ha hecho callo. El espectáculo extirpado de los textos de Lorca nació en 2002 y llegará a Valencia „viernes, sábado y domingo en el Teatre Principal„ con solo dos bailarines del conjunto inicial, aunque los demás aparecen proyectados en las imágenes ideadas por Juan Estelrich, ofreciendo un elenco que muestra «medio cuerpo nacional de baile» en una fusión del directo con el audiovisual que ya se encarga Amargo de recordar que es «el primer espectáculo flamenco que utilizó el audiovisual». Las voces que devolverán a la vida a Lorca serán las de Cayetana Guillén Cuervo, Marisa Paredes y Joan Crosas.

Amargo se extiende exhibiendo a su «hijo artístico» desde el momento en que conoció a la madre, o antes, cuando Antonio Gades le dio calabazas para llevar a cabo sus Bodas de sangre y se fue a consolarse con toda la obra de Lorca. Ahí estuvo el flechazo y la cosa acabó en una noche de frenesí con el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick, «una obra maestra del flamenco moderno». Su implicación con el proyecto llegó al punto, explica, de la identificación con el mismísimo Lorca cuando el propio Amargo viajó a Nueva York, ciudad que le fue extraña y hostil sin la comida de su madre, y de la que ahora se declara un enamorado.

Así se ofrece el coreógrafo y bailaor, abierto en canal casi impúdicamente, advirtiendo que hay que «tener valentía» para seguir en el mundo de las tablas, «pero la mayor valentía es no quejarse». Por eso sigue rodando y rodando, por «el gusto de bailar» y, cuando no se pueda, «pues sale uno en el ¡Hola! y lo paga de otra manera», estalla en una carcajada. Todo puesta en escena, Rafael Amargo presume de jugarse su firma en las tablas, tan grande como el título del espectáculo, y reclama «que los autores se expongan más». Que las compañías salgan del refugio «de las siglas», porque «el público quiere saber con quién te acuestas y cuánto tributas». «La gente tiene que vender su nombre. Somos tan modernos que olvidamos que el nombre y los apellidos son los que llenan el teatro», sentencia.