Parece difícil establecer las coordenadas ideológicas de un ser escurridizo como se Le Corbusier. En un momento en que el arquitecto es sometido a un escrutinio político, cincuenta años después de su muerte, hay versiones cruzadas en torno a sus postulados. Dos obras le han ajustado un perfil de fascista, cercano al nazismo „Un Corbusier, de François Chaslin; y Le Corbusier, un fascista francés, de Xavier de Jarcy„ pero definirle en términos absolutos sigue siendo una tarea bastante compleja.

A ese magma indescifrable contribuye, en cierta manera, una de las exposiciones que se inauguraron ayer en torno al arquitecto francés, al que la Universidad Politécnica de Valencia le está dedicando unas jornadas. La muestra Le Corbusier. París no es Moscú recopila, en la sala de exposiciones de la Escuela de Arquitectura de la UPV, maquetas, dibujos y planos del arquitecto „copias de los originales cedidas por la fundación Le Corbusier de París„, de cuando se acercó a la naciente URSS con tres proyectos. El primero fue urbanístico: La Ville Radieuse, una planificación utópica de una ciudad que el arquitecto concibió al responder un cuestionario de las autoridades soviéticas. De hecho, el proyecto se llamó originariamente Respuesta a Moscú. Aunque quedó como un paradigma del concepto del urbanismo y la arquitectura del autor, la idea nunca salió adelante.

Sí logró levantarse el Centrosoyuz ideado para Moscú en 1928. «Pese a que ganó el concurso, el edificio se llevó a cabo con muchas dificultades. De hecho se acabó en 1936, ya sin él», comenta Jorge Torres, director del congreso y uno de los tres comisarios de esta exposición. El mismo Torres trata de esbozar una idea sobre el plano ideológico en el que se movía el arquitecto: «El creía que la autoridad política era la única que podía impulsar una revolución en la arquitectura». Quizás por eso se acercó siempre al poder de una Europa entre extremos. Sobre su proximidad al régimen soviético, Torres apunta a que «entonces occidente miraba intrigado hacia allí, y el propio Le Corbusier creía que el progreso estaba en Moscú». El realismo soviético le acabaría dando un manotazo al arquitecto, cuando descartaron su revolucionario proyecto del Palacio de los Soviets, y escogió el de Boris Iofán.