Llevan 25 años de engaños y mentiras. Lo saben las familias, los íntimos y nadie más. Dicen que son cuñadas pero no lo son, son pareja. De cara a la galería una es la viuda del hermano de la otra, fallecido en Caracas. Ya están cerca de los 55 años y temerosas de formalizar una situación que a nadie más que a ellas les pertenece hace dos meses escribieron unas tarjetas sin florituras: «Nos casamos. Bea y Ruth. Haznos hueco en tu agenda». Lo harán en septiembre y han pedido discreción a familia, amigos, a la gente que las ha querido y que ha sido cómplice de su historia de amor. Las que han guardado su secreto. Como se imaginan, ni una se llama Bea ni otra Ruth. Seremos unas 80 personas. Viven juntas hace 25 años. Una imparte clase de idiomas y otra es profesora de Educación Física. Guapas y tiernas. Cuando las conocí no tenían 30 años; por entonces querían vivir en Londres pero no pudo ser. La madre de una de ellas enfermó y tocó cuidarla, lo que ambas hicieron sin reparar en gastos y afectos.

Justo esa enfermedad, esclerosis múltiple, las obligó a dar un giro a sus vidas. Para cuidar a la enferma buscaron una casa cómoda en una zona poco transitada. En la parte trasera edificaron un apartamento para la madre de Bea; siempre han estado pendientes de ella hasta que todo se complicó y necesitaron ayuda. La familia sabía lo que tenía que saber y ha estado a su lado siempre que lo necesitaron, que fueron muchas veces. Dos hermanos ayudaron a pagar la casa. Las preguntas que han soportado tenían retranca: «¿Y tú eres la viuda de quién?», interrogatorio que sorteaban con la habilidad. «Mi marido murió en Caracas. Éramos muy jóvenes; fue un accidente y me volví. No teníamos hijos». Todo mentira. Ya tienen trajes elegidos pero la enferma ha empeorado de manera que un día antes de la boda se sentarán a su lado y aunque no sea capaz de entender la solemnidad del momento le dirán: «Mamá, mañana nos casamos». Y juntas, las tres, compartirán dulce de boda. Han compartido tantas cosas.