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l Levante UD siempre fue un club familiar, distinto, bastante alejado de las fanfarrias que generan los grandes y medianos clubes de fútbol. En la dura soledad ha vivido sus penurias y sus aislados momentos de gloria, escasos ante la falta de almas caritativas que acuden en su auxilio. Esa es la carencia que ha provocado su angustia crónica. No hay datos, en la historia reciente del club, de la aparición de uno -o varios- levantinistas potentados con el suficiente coraje para conducir el Levante UD. Sólo Pedro Villarroel cogió durante un tiempo las riendas del caballo, antes de que, cegado por la pasión, se le desbocara el corcel y acabara despeñado desde la montaña de barro que él mismo levantó. Entretanto, sólo una persona realizó un intento por adquirir el club. Y pare usted de contar.

Desaparecida la sombra de don Pedro y con la mayoría de sus lacayos a la espera de un nuevo becerro al que adorar, la evidencia está aquí otra vez: no hay más donde rascar. No queda otra que agradecer la presencia de Quico Catalán y otros imperecederos levantinistas, siempre dispuestos para la causa - algunos compañeros de viaje de Villarroel- para entrar en un proyecto sostenido y avalado, como el club vecino, desde los despachos institucionales. Un plan en el que la Fundación ha dejado fuera a la gente de las peñas y del Sindicato de Accionistas Minoritarios, ahora que la coyuntura había dado la oportunidad de dar voz y voto al levantinismo de base, aunque sólo fuera por pura diplomacia.

Pero protestar por esto no servirá para nada. A todos los que no les guste este panorama, que se pongan a buscar en los estratos empresariales de la ciudad, a ver si encuentran alternativas. No hay materia prima "granota" en la aristocracia valenciana. Ya es hora de enterrar los mitos, abrir los ojos y asumir la realidad. Ni Vicente Boluda o algunos de sus congéneres aparecerá algún día para invertir sus millones en el Levante UD, ni José Luis López juntará el suficiente apoyo del empresariado para inventar nuevos proyectos, ni se construirá un bonito estadio junto al mar. Puras fantasías. Sueños de grandeza tan perjudiciales como las trolas de los Tomás Carmona y López Lara , sujetos que, con muy buenas artes de zalamería, hicieron creer a más de uno que el Levante UD jugaría la Champions la próxima temporada. Nadie salió entonces al rescate, salvo el juez que dio el visto bueno al proceso concursal que salvó al club de la desaparición. Tampoco se ha manifestado ahora algún comprador, cuando el caramelo de la recalificación urbanística está pidiendo que alguna lengua ansiosa le dé al club un lametazo. Demasiadas evidencias de que no hay nadie al otro lado.

Es el momento, por tanto, de seguir el camino marcado por la administración concursal y por Quico Catalán. Al nuevo presidente no conviene marearlo. Aparte de limpiar la imagen del club, hay muestras que avalan su atávico levantinismo. En su día, abandonó, junto a su padre (Pedro Catalán), el proyecto que lideraba Villarroel, lo que le libra de cualquier sospecha. Y a quienes no les guste este proyecto "oficial", siempre les quedará Valentín Serrats, el contrapeso al rumbo político que ha tomado el Levante UD. Su papel también es fundamental.