Tras un año 2014 con diversos escándalos futbolísticos en lo que respecta a la violencia, con la muerte incluida del aficionado del Deportivo, con sanciones a entrenadores, como aquel que insultó a una jugadora rival aquí en la Comunitat Valenciana, o con los casos de pederastia por parte de aquellos que se supone que deben educar en valores a los más pequeños, tal vez sea el momento de preguntarse si esta preponderancia inconmensurable que tiene el fútbol en nuestro país es lo más adecuado, al menos, para la educación de los pequeños.

Dando una mirada a otras alternativas, encontramos una como el rugby que, jugándose en un recinto de dimensiones parecidas, sobre césped, al aire libre, con equipos numerosos, con un balón y con algo parecido a una portería, se diferencia en cambio en muchos otros aspectos del fútbol, especialmente, en los valores que transmite y en la forma de vivir los partidos dentro y fuera del campo.

Nacido, como su «primo», en la Inglaterra del siglo XIX, el rugby ha mantenido el espíritu de caballerosidad y respeto original que se plasma en sus cinco valores: trabajo en equipo, disciplina, disfrute, respeto, y espíritu deportivo. Esto, que podría parecer una enumeración generalista no lo es porque sí se aplican de verdad.

Así, el director técnico de la federación valenciana, Nacho Pastor, comenta algunas de las pautas sagradas de este deporte. Tal vez el concepto del «tercer tiempo» sea una de las peculiaridades que hacen diferente al rugby y con el que se puede entender gran parte de su idiosincrasia. Como indica Pastor: «En ese tercer tiempo se reúnen los dos equipos después del partido. Es algo institucionalizado. Lo organizan y pagan los jugadores locales». Es más, él explica que se hace incluso entre niños «en las categorías inferiores se invita a patatas fritas y refrescos, o algo similar», comenta Pastor. En este «tercer tiempo», los jugadores se conocen, comparten experiencias, comentan los partidos. Y, sobre todo, aprenden a respetarse.

«El rugby es un deporte duro, de contacto y sin esa parte social, sin ese compañerismo con tu grupo y con el otro tal vez sería complicado seguir jugando otra vez», asevera para añadir «sin los compañeros no eres nadie. Sin los rivales no podríamos participar, sin el árbitro no tendríamos un juego fluido». Ese respeto por el otro y por el árbitro se ve en varios aspectos. En primer lugar, en rugby siempre se dice que se juega «con otro, no contra otro», un matiz importante, pues se valora así que es gracias al otro que puedes hacer lo que más te gusta.

Esto, se lleva a la grada donde «las aficiones se dedican a animar a su equipo, no a criticar ni insultar al otro, y tampoco al árbitro», explica Pastor que cuenta cómo a veces tiene que «reeducar» a algún padre cuyo hijo había jugado antes al fútbol: «Los primeros días puede pasar que actúa en la banda como lo hacía en el fútbol, pero pronto se da cuenta de que nadie más lo hace y suelen ir cambiando su actitud», asevera.

«Al árbitro se le llama señor»

Por lo que respecta al árbitro, tan solo el capitán puede dirigirse a él. Es más, en el rugby profesional el entrenador ni siquiera está a pie de campo, sino en la grada. No hay protestas efusivas, ni muchos menos insultos o desprecios. El árbitro, en un deporte con tanto contacto y momentos en que se para el juego, es fundamental y todos lo saben y se refieren a él como «señor». «Incluso cuando tu eres mayor y el árbitro es un chaval de 15 años, le dices señor» y los niños cogen pronto esa filosofía de respeto», indica Pastor.

Pero esta educación se ha de empezar, sí os sí, desde las categorías inferiores. Los niños lo absorben todo y es precisamente ahí donde empiezan a asumir estos valores: «No suele ser complicado que tengan estas actitudes de respeto y deportividad, sencillamente, porque si van a los partidos y ven que la gente actúa así, pues ellos también lo hacen», indica. Parece simple, y lo es, como lo es también que en el fútbol, por ejemplo, con los padres y entrenadores desgañitándose en la banda incluso con los alevines, todo es, irremediablemente, diferente.

Otra peculiaridad de este deporte es su carácter «inclusivo». «En un equipo puede haber desde gente de 2.10 hasta de 1.60, desde delgados y ágiles hasta grandes y gordos», dice. Sí, «gordos» porque esta palabra «aquí no es un insulto. Se valora a los gordos y mucho. Es un valor diferencial positivo. Es más, es uno de los puestos más cotizados actualmente» asevera Pastor. Los chavales de todo tipo se sienten integrados pronto en este deporte. Es más, Pastor asevera que es frecuente que les lleguen niños y niñas de otros deportes porque «están hartos de que los insulten». Y otro detalle inclusivo, hasta los 14 años los equipos son mixtos, de chicos y de chicas.

Pastor cita a la organización del próximo Mundial, el de este año en Inglaterra, para dar una idea de cómo se tratan las aficiones: «La policía inglesa tiene un problema, pues si en el fútbol se suele poner a una afición en un punto de la ciudad y a otra en otro. Aquí, esto es inconcebible. Lo que hay es una «fan zone» unitaria. Compartes la previa con los aficionados rivales... es más, si me dices que no voy a poder disfrutar eso, yo, sencillamente, no voy», asegura.

Por último, otra clave es la diversión. «Se viene a jugar al rugby. a divertirse, si pierdes esa faceta es que te has equivocado», comenta Pastor para quien «llevar la presión deportiva a chavales de 10 0 12 años, como pasa en otros deportes, no tiene sentido». En fútbol, añade, muchos padres pierden la perspectiva, tendrían que ver el bajísimo porcentaje de jugadores que llegan a la élite según la cantidad de fichas que hay». Ellos, en cambio, inciden en que el niño se divierta y son claros. «Estudia, trabaja y en el rugby diviértete», asevera.