Parar o no parar un partido, suspender o no un enfrentamiento por las condiciones meteorológicas. Es un dilema de eterno debate. He vivido diluvios universales y fríos espantosos pero el fútbol parece tener ese componente heroico que hace que las condiciones para jugar se conviertan en un elemento más del espectáculo.

Recuerdo un partido en Bucarest (Rumania) con la selección española, fase de clasificación para la Eurocopa 2013, donde no dejo de nevar durante todo el partido. No podíamos tener más frío. Tanto, que recuerdo que marcamos el tercer gol, de penalti, y estuvimos abrazadas de tal manera que no nos queríamos despegar y el árbitro nos llamó la atención varías veces. A día de hoy, aun lo comento con mi compañera Olivia en el Levante que también jugó ese partido con Rumania.

Ahí pudimos con el frio en Estados Unidos, que se alarman rápido con todo eso de las tormentas, empezó a granizar en un partido y tuvimos que salir por piernas hacia el vestuario y estuvimos esperando hasta que parara. Son las dos caras de un problema que en España se agrava a veces por las condiciones económicas para los clubes a la hora de repetir un partido. Con el Atlético de Madrid hace 4 temporadas jugamos en Pamplona, contra el Lagunak. El campo estaba completamente nevado. Todo blanco. Pero por no volvernos a Madrid y tener que viajar otro día, directivos, cuerpo técnico y jugadoras cogimos escobas, rastrillos y todo lo que encontramos por allí, para por lo menos despejar la nieve de las áreas como así nos indicó el árbitro para que pudiese ver las líneas y así celebrarse el partido.

Hay veces que no hay más remedio que suspender y el viaje no sirve para nada, les pasó hace un par de años al Oviedo. Vino a jugar a Valencia y no se pudo por qué había llovido tanto que el campo estaba impracticable y las pobres se pegaron una paliza de viaje en autobús para nada. Eso si para lluvia la que acabó con mi sueño de jugar con botas blancas.

Fue cuando era pequeña y jugaba con los chicos, se pusieron de moda y a mí se me metió en la cabeza que las quería. Mis padres evidentemente no me las compraban porque las que usaba todavía me servían. Así que opte por pintar las que tenía a escondidas con pintura blanca. Si, si, pintura. Iba yo más contenta que contenta con mis botas blancas, nos dirigíamos al partido cuando empezó de repente a diluviar. Jugábamos en campos de arena por lo que las botas, blancas, no me duraron ni el calentamiento. No me la jugué más, así que espere a que mis padres me las compraran y así no tener que esperar a que saliese el sol para lucir las anteriores.