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Los años impares

Los años impares

Los años impares tienen un grave problema: existen los años pares. Suena el despertador en un año par y más o menos te haces el ánimo: «venga, sal de la cama, que este verano hay Mundial». A veces incluso el estímulo es doble: «venga, sal de la cama, que este verano hay Eurocopa y Juegos Olímpicos». Pero suena el despertador en un año impar y con él atruenan, huérfanos de motivaciones potentes, los tambores del drama. No se habla mucho del tema, pero todo lo que vaya a ser tu vida depende de un momento crítico, de una decisiva encrucijada. Despertarte, arrastrarte hasta el baño, abrir el grifo de la ducha y oh, sí, oh, no, rendirte y derrumbarte con estrépito asumiendo las consecuencias con desgana. Pensar «a tomar por culo», cerrar el grifo de la ducha, recuperar el pijama y volver a la cama. Hay quien disfruta de una gran carrera profesional, pero no ha vivido nunca esa pequeña victoria que supone taparse de nuevo con el nórdico, con la luz filtrándose por los agujeros de la persiana, y dejarse vencer por el sueño, a destiempo, a deshora.

Por ese «a tomar por culo» se escurren clases, exámenes, carreras, novias y vidas enteras. El desastrito. Hay que querer a los años impares.

Par o impar el curso se acaba. Cada final de temporada nos recuerda una máxima antropológica: la fuerza del amor palidece ante la potencia del odio. Llega un punto en el que no es tanto lo que ganan los tuyos, sino lo que pierden o lo que dejan de ganar los que no son los tuyos. De venganzas de esas sabe mucho Don Fútbol.

Don Fútbol representa un concepto sencillo de explicar. Por ejemplo, el año pasado empezó a sonar Pellegrini como posible inquilino del banquillo de Mestalla. De inmediato apareció Don Fútbol: llegó el Leicester de Ranieri, le metió tres al City de Pellegrini, nos recordó qué debería ser el Valencia siempre, y se acabaron los rumores.

En breve se viene otra. El Madrid ha ganado sus últimas cinco finales de Champions. La Juventus ha perdido las últimas cuatro. Don Fútbol dice: gol de Higuaín. También dice que aprendamos de una vez cómo se escribe Kedhira, Khedira o como sea, pero ese es otro tema.

Johan Cruyff era muy Don Fútbol. En el Informe Robinson sobre el 25 aniversario de la primera final victoriosa del Barcelona en Wembley, Eusebio Sacristán cuenta una anécdota definitoria. Cuando hacían un rondo, Cruyff participaba. Cuando daba un pase un par de metros desviado, decía al receptor que estaba mal colocado, que ahí no tocaba; y cuando a él le daban el pase dos metros por delante, decía que no, que el balón al pie, hostia.

[La Tierra sería un lugar mejor si todo lo que hiciéramos fuera una mezcla de Enric González, Informe Robinson y los primeros años de La Hora Chanante. De hecho, ese es el confuso objetivo de estas columnas. Como periodista tendente al diván, Informe Robinson ha debido ahorrarme un buen dinero en psicoanalistas. Era verlo y pensar no todo está perdido, al menos estos aguantan.]

Días antes de la final, Cruyff le dijo a Julio Salinas que estuviera preparado, que sería titular contra la Sampdoria. «Te lo comento para que no salgas de fiesta». Lo mejor del programa fue observar la unión de aquel equipo, unánime en un glorioso «menos mal que no marcó Salinas porque con lo pesado que es seguro que todavía nos estaría dando la paliza».

Ese entusiasmo de los Salinas de aquí y de allá, el entusiasmo propio de los inagotables, de los que nunca tienen año impar, de los que saben cómo se escribe Khedira sin necesidad de mirarlo en Google, de los que nunca piensan «a tomar por culo, vuelvo a la cama». Ese entusiasmo insuperable y demoledor gobierna el mundo. Cada mañana.

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