El problema de las carpas no es tanto que existan como la utilidad que se les da. Ayer fue el día en que se inauguró una buena parte de ellas y hoy será otro de los días fuertes. El gran problema que suponen es la sensación de incomodidad innecesaria que transmiten. Sobre todo, si se tiene en cuenta que muchas de ellas se clausurarán el domingo por la tarde no volverán a estar hábiles hasta que la fiesta tome ya su velocidad de crucero, presumiblemente a partir del día 14 o 15.

Aunque muchas de las carpas levantadas este fin de semana son las que no molestan a nadie (Barrio Beteró, por ejemplo) o las que mantienen cierta coherencia con el callejero (Pintor Salvador Abril-Peris y Valero), otras provocan el cierre definitivo no ya de una calle, sino de un barrio casi entero. El cuadrado de la derecha de la Gran Vía Marqués del Turia es, por ejemplo, uno de los más afectados, puesto que las calles Císcar, Conde Altea y Reina Doña Germana están ya inhábiles para el tráfico rodado. Algunas de las largas calles del distrito marítimo también han empezado a quedar cortadas y sólo cabe la posibilidad de buscar una alternativa en las vías que discurren paralelas unas con otras.

Los bajos no prosperan

La carpa sigue siendo un elemento indispensable para el desarrollo de la fiesta fallera. Y la crisis económica no ha acabado con ellas. Ni por su coste (se prioriza a muchos otros, ya que los casales no suelen dar abasto en la semana de fallas) ni por la búsqueda de alternativas. El cierre de negocios ha dejado muchas plantas bajas libres en diferentes zonas de la ciudad. Sin embargo, el precio que se pide por los alquileres y los gastos de acondicionamiento necesarios suele desaconsejar esta alternativa como espacio de celebraciones. De hecho, la existencia de la carpa supone no sólo el recinto a cubierto, sino el territorio que, de alguna forma, las comisiones consiguen acotar para desarrollar la fiesta en la calle.