Por si a alguien le quedaba alguna duda, Valenciana ayer se la despejó con la potencia y las razones de una apisonadora. Fue inevitable que en un primer momento llamase la atención su ausencia de los castillos y de los días grandes de Fallas este año. Vale. José Manuel Crespo declaró que ahora buscaba cierta calma y que le cuadraba muy bien disparar en domingo. Y, ayer, lo razonó como él mejor sabe: arrasando con una mascletá impresionante. Y esgrimió dos cosas incontestables: la delicada perfección de sus inicios digitales, y la bárbara fuerza del cierre final. Ambas, respectivamente, revistiendo, por delante y por detrás, a una preciosidad de disparo. Primero, una traca valenciana, de ritual. Después un aéreo llenando ya toda la plaza, incluyendo cracker, zumbadoras y anillos de humos de colores. Y luego, poniéndose serio, un digital completamente sometido a la natural genialidad de este pirotécnico con los tiempos de disparo. Lo mejor: el recorrido de volcanes de chicharras verdes de Barcas a Correos, con posterior potente cortinaje en el Ayuntamiento con chicharras más fuertes, y certero golpe con friso de truenos aéreos detrás. Repetido hasta ocho veces para evidenciar la perfección en la ejecución y para facilitarle su lectura al público. Avisó de que, tras el marcaje de cierre, dejaría un instante sin sonido para aplausos. Y así fue: ahí, antes de empezar la mascletá, es el único lugar donde podía permitirse esta arriesgada licencia personal. Y nació la mascletá sin aéreo. La engordó en cinco fuegos y la ofreció en sacrificio con un terremoto que entró precioso, con cariño, con tres ramales del nº 1, hasta desbordarse por completo en 10 ramales del nº 3, llegando a doler. Y el final aéreo, que paró en marcha, con fleco, fue casi apocalíptico, pavoroso, enorme, arrollador, apasionante.