La Italia del 82 transmitía una inconcreta atracción, con su elegante catenaccio que se transformaba en fútbol de tiralíneas cuando el balón llegaba a las botas del «viola» Antognoni. Aquella escuadra accedió con tres rácanos empates a la segunda fase y allí se encontró con la Argentina de Ardiles, Maradona y Kempes, y el Brasil de Sócrates y Zico. Los de Enzo Bearzot parecían el patito feo del grupo y, sin embargo, vencieron ya a todos sus contrincantes hasta conquistar el título. Cuenta la leyenda que años después un taxista brasileño le reprochó a Rossi su hat-trick y le obligó a bajar del auto. Aquella azzurra era firme atrás y se plantaba con tres gráciles toques en la portería rival. Como el Llevant de García y Martínez. Muchos lloraron la eliminación de Brasil y su toque preciosista, pero Italia dio un recital táctico. Bearzot, en aquel Mundial, inventó el fútbol moderno de la mano de Zoff, Gentile, Tardelli, Conti€ y Paolo Rossi, bota y balón de oro del torneo.

El toscano fue un ariete sin otra virtud que el olfato de gol y la ambición. Ya en Argentina´78, junto a Bettega y los de atrás, estuvo a punto de apear de la final a la Holanda post-Cruyff. Paolo Rossi tenía un idilio con el gol, especialmente en las grandes citas, y un don para olisquear donde cae el balón perdido y estar allí para empujarlo a la red. Así fue el testarazo trompicado que abrió el marcador (3-1) en la final del 82, frente a la humillada Alemania de Breitner y Rummenigge. Así es también Giuseppe Rossi, fan declarado de los Soprano y criado en el New Jersey donde transcurre la serie, un italoamericano que jamás tuvo dudas respecto a la relación entre sus raíces y su identidad. Beppe siempre deseó triunfar en Italia y se siente en deuda con la Fiore (cuya elástica, por cierto, nunca se enfundó Paolo, pese a nacer a quince quilómetros del Artemio Franchi). El club florentino le dio la oportunidad, pero Giuseppe vivió una etapa agridulce, marcada por las lesiones y, aun así, anotó 17 goles en 25 encuentros. Orriols podría ser su trampolín para demostrar al mundo que quien tuvo retuvo y que las lesiones son pasado, como ya sucedió con Koné.

Rossi no se muestra abrumado por las enormes expectativas que ha generado su llegada a Valencia. De él se esperan goles, pero también que imbuya de su carácter ganador al equipo. Y de su ambición. Sabe que sus posibilidades de ser convocado para la Eurocopa pasan por ofrecer un rendimiento sobresaliente en el Llevant. Sin embargo «il bambino» no conseguirá vencer a Las Palmas por sí mismo. Será necesaria la actitud de la segunda parte ante el Rayo, de la recta final ante el Celta, apuntalar la defensa, ir al 120 % y ser atrevidos e intensos en ataque. El Llevant necesitaba vencer a los canarios de forma imperiosa ya antes de la adversa jornada de este fin de semana, por la sencilla razón de que estos son, ni más ni menos, sus próximos rivales: Sevilla, Barça, Eibar, Getafe, Villarreal y Madrid, y, por tanto, no cabe ni un tropiezo más en casa. Ni fuera, si me apuran.

Cuando lean estas líneas es probable que ya sea oficial el fichaje del ghanés Atsu, pero como en el caso de Rossi, el revulsivo solo será útil si todo el equipo se deja la vida en cada balón rifado. La salvación pasa por el trabajo y el compromiso. También por la paciencia, la confianza y el apoyo de la hinchada. Ojalá no sea así, pero es razonable que dentro de siete jornadas el Llevant apenas sume unos 20 puntos y se haya abierto una brecha con la permanencia. Aun en ese caso, todo estará por decidir: faltarán por disputar casi todas las finales contra los rivales directos. No vale rendirse. Jamás. No hemos llegado tan lejos, después de un siglo, para morir en la orilla.

GENEROSIDAD. La del Villarreal, sin cuya intermediación, Rossi podría haber ido a cualquier otro club con más proyección mediática; y la de Quico Catalán, al ceder a Manolo Salvador todo el protagonismo de su fichaje.