Un postrero y discutido penalti castigó la timidez del Villarreal y premió la voluntad del Levante en el primer derbi valenciano de la pretemporada. El local Morales, el hombre del encuentro, forzó en el alambre del minuto 88 una pena máxima de Rukavina. Él mismo lo transformó, doblegando a Andrés sobre la bocina en el duelo individual del partido.

De inicio a fin, en el Ciutat de València se enfrentaron dos intenciones opuestas. La del Levante, envuelto por algo similar a la euforia en su regreso a Primera, aupado por el récord de abonados, condimentado por la siempre especial primera jornada del campeonato, que es algo así como el primer día del resto de tu vida; y la del Villarreal a domicilio, de novedades ofensivas pero perro viejo desde la zaga, templando el ambiente, resabiado, frenando la inercia cada vez que el juego amenazaba con descarrilar.

El Villarreal sacó de centro y remoloneó con la pelota en una sucesión de pases facilones. En cuanto el Levante la recuperó, Morales enfiló la portería contraria, verticalísimo, limpiando rivales hasta exigir una buena intervención del arquero Andrés.

Ese era el partido: anestesia contra adrenalina. Así avanzó.

El Villarreal del capazo de bajas dominó la pelota, pero no tanto el partido, que fue parejo tirando a granota. Trigueros y Rodri apenas salieron de zonas neutras. En ataque, Unal y Sansone pasaron de puntillas y el debutante Bacca rasgó al espacio en el minuto 7, pero la ocasión no pasó de córner. En uno de ellos, más tarde, en el 31, Rodri rozó el premio en un cabezazo cruzado.

El Levante, enfrente, funcionó mejor en las transiciones, con el profundo Toño por un lado y con el travieso Jason por el otro, pero no pasó del uy y del artificio en los metros finales porque en el área, a menudo, con la voluntad no es suficiente.

Fieles al credo

El Levante cimentó el ascenso en su fiabilidad defensiva. Si el Villarreal ha crecido tan rápido en la Liga en su retorno en la élite, ha sido, entre otras cuitas, porque ha encajado menos de un gol por partido en las últimas temporadas. Como los dos equipos fueron fieles a su credo, sin concesiones, sin regalos, el valor de un hipotético gol crecía exponencialmente en el imaginario del partido.

Así avanzó la segunda mitad, desnudando las intenciones de cada cual. En el ir y venir creció el Levante, casi siempre asido a los arrebatos de Morales, alfa y omega de la noche, y se empequeñeció el Villarreal. Escribá sentó a Bacca y añadió a N'Diaye en el medio. Muñiz, en cambio, fue a por el partido. Para ello percutió Morales hasta el fin, en sus conducciones afiladas, cobrando un penalti ganador al límite de la hora.