La guerra ha sido declarada en el seno del Banco Financiero y de Ahorros (BFA), la matriz de Bankia, y ha mostrado ante la opinión pública todas las tensiones que se acumulaban en la entidad constituida bajo la fórmula de un SIP en junio de 2010 y liderada por Caja Madrid y Bancaja. Los desencuentros personales y las discrepancias sobre la gestión interna, previa y posterior a la unión, y un contexto de extremado estrés para el sistema financiero por los constantes cambios regulatorios son referencias inexcusables para explicar la situación de un grupo que se encamina hacia una confrontación interna de difícil pronóstico y, sin duda, autodestructiva en este contexto de recaída en la recesión.

Los hechos hablan de un acuerdo en el consejo del BFA tomado por unanimidad —incluidos los consejeros nombrados por Bancaja, que tiene el 37 % de la entidad— para solicitar una auditoría externa que determine si el valor que la caja de ahorros dio a su participado el Banco de Valencia en el momento de la unión con las otras cajas se correspondía con la realidad. A la vista de los datos ofrecidos por el FROB, administrador de la firma bancaria desde su intervención por el Banco de España el 21 de noviembre de 2011 —pérdidas de más de 900 millones, un déficit de recursos propios de 585—, el presidente de Bankia, Rodrigo Rato, y su equipo consideran que Bancaja incumplió el contrato de integración y buscan con la auditoría que pague por ello. Desde Madrid, la entidad transmite que no hay otros objetivos y apunta que el fondo de la decisión es evitar que se le exijan responsabilidades, dada la diversidad de socios: las cajas de Madrid, Segovia, Ávila, Canarias, La Rioja y la catalana Laietana.

En Valencia, las cosas se ven de forma bien distinta, en especial porque existe la convicción de que Rato pretende utilizar la auditoría para rebajar el peso de Bancaja en el grupo y aumentar el poderío madrileño, es decir, el propio. Sería el último capítulo de una claudicación que se inició con la absorción indirecta de la caja, siguió con el traslado a Madrid de sus servicios centrales y de la práctica eliminación del equipo directivo de Bankia de los hombres que venían de Bancaja y se consumó con la pérdida del Banco de Valencia. Todo ello, sin olvidar que un menor peso tendrá efectos sobre los ingresos de la obra social, el único instrumento propio que le queda ya a la caja. De ahí que el martes, arropado por los consejeros que quedaron excluidos del BFA, Olivas consiguiera sacar adelante un acuerdo para impugnar, por vía judicial si es necesario, la auditoría y obligar a rectificar a los consejeros propios que votaron a favor en el consejo del BFA.

Probablemente, en toda esta historia hay un pecado original, que no es otro que la constitución de este grupo. Visto con la perspectiva del tiempo y a la luz de los acontecimientos actuales, parece evidente que el gran error fue juntar en un mismo paquete a dos grupos financieros que estaban muy tocados por el ladrillo, principalmente el valenciano. Si los resquemores entre vecinos no hubieran existido y el PP no se hubiera empeñado en tener su gran grupo bancario —puede también que los catalanes fueran más perspicaces—, tal vez habría sido más coherente, como se atisbó en algún momento, que Bancaja hubiera caído en el regazo de la mucho más saneada La Caixa, circunstancia que a la postre podría darse de forma indirecta ahora si Bankia acabara absorbida por CaixaBank, como se ha especulado. Sea como fuere, al final se juntaron el hambre con las ganas de comer, con la particularidad de que Bancaja se sentó al ágape con los mismos comensales y Caja Madrid, con nuevos, principalmente Rato.

Olivas asegura que fue este último quien le apremió a la fusión. O sea, el que estaba ansioso por unirse a los valencianos. En verdad, en la primavera de 2010, el presidente de Bancaja vendía a quien quisiera escucharle que iba a reservar su entidad para una segunda oleada de fusiones. Es decir, que, por increíble que parezca, la caja valenciana tenía tanto músculo que estaba para absorber a otras. Por su parte, Rato acababa de llegar a Caja Madrid tras una dura batalla interna para provocar la salida de su antecesor, Miguel Blesa. Desde mucho antes, era un clamor en el país que, nada más acceder al cargo, consumaría una gran operación. Lo intentó, sin éxito, con la CAM y Caixa Galicia. En primera instancia, solo consiguió a las otras cinco pequeñas del BFA. Hasta que en junio de 2010 se comió el bocado tan deseado para su objetivo de presidir el mayor grupo de cajas, por encima del líder hasta entonces, La Caixa. ¿Le puso Olivas un anzuelo a Rato y este se lo tragó? Sólo ellos lo saben. Lo cierto es que las auditorías que se hicieron en aquel momento les dieron la razón a ambos sobre las bondades del que luego sería el banco de la nueva banca. Como sucede tan a menudo, los inspectores no descubrieron problemas de calado.

Desde fuera da la impresión de que Rato se ha sentido engañado, no sabemos si por sí mismo, cegado por sus ansias, o por Olivas. En cualquier caso, imaginar la escena es tentador: un astuto provinciano con la cintura forrada de billetes falsos dejándose querer por un líder cosmopolita que pretende engatusarlo con grandezas. Cuando en el verano de 2010 parte de la sociedad valenciana reprochaba a Olivas haber perdido su caja, este replicaba —¡y bien que conocía sus interioridades!— que la entidad había salido beneficiada con la operación y que había logrado un porcentaje —ese 37 % que ahora Rato quiere revisar a la baja— superior al que le correspondía (un 32 %). Sea como fuere, la relación entre ambos se fue deteriorando con el transcurso de los meses y llegó a su punto culminante el 7 de noviembre de 2011, cuando Olivas dimitió como presidente del Banco de Valencia, al parecer sin haber informado a su correligionario político.

La realidad es que el caramelo que, quizás, Rato creyó que iba a degustar tenía chile en su interior. Los activos tóxicos del sector inmobiliario que aportó Bancaja, más el lastre de un Banco de Valencia intervenido, han sido, al parecer, un factor añadido de considerable deterioro a un grupo ya de por sí con grandes problemas, que tuvo que recurrir a ayudas públicas por 4.465 millones para llevar a cabo una reconversión de empleo y oficinas de gran calado.

Claro que todas estas trabas —incluidas las sorpresas valencianas— tal vez no habrían devenido en la actual guerra interna si el grupo Bankia, que cotiza en Bolsa desde el pasado julio, no se hubiera visto sometido a un continuo estrés regulatorio. Los sucesivos incrementos de los niveles de capital de máxima calidad por parte de la ABE (Autoridad Bancaria Europea) y las reformas financieras españolas, en especial la última que ha elevado las provisiones para sanear de una vez los balances, han situado a Bankia en una situación límite. Con escasas posibilidades, como se ha visto con su retirada de la puja por Unnim, de aliarse con una entidad menor que le permita acogerse a los beneficios que se concede a las firmas fusionadas a la hora de cubrir las exigencias de capital y dotaciones, Bankia parece estar en una encrucijada: seguir un incierto camino en solitario —dice que tiene recursos propios para ello— o dejarse dar el abrazo del oso por parte de uno de los otros tres grandes del país: Santander, BBVA y CaixaBank, siempre, claro, que alguno de ellos esté dispuesto a entrar en ese avispero agitado ahora aún más por las luchas intestinas. De ahí que en el sector financiero algunas fuentes apunten que el trasfondo de la auditoría acordada por el BFA no es tanto rebajar el peso de Bancaja como revisar el SIP, de tal forma que la entidad pueda cargar más provisiones contra reservas, como se le permitió entonces, y no contra la cuenta de resultados, como le sucede ahora y que le puede llevar a entrar en pérdidas, todo un tabú en el sector. Sea como fuere, Bankia está en las portadas por motivos de los que siempre huyen los banqueros. No es bueno para el negocio. Así que, antes de que las cosas vayan a peor, algunos confían en que Rato y Olivas, con la mediación de la Generalitat, negocien una tregua por el bien de todos.

Hombre bueno, hombre malo

La persona señalada por todos en privado y muchos en público como máximo responsable de la pérdida de Bancaja y del Banco de Valencia, José Luis Olivas, ha devenido esta semana, paradójicamente, en el gran baluarte de los rescoldos de la entidad, gracias a su decidida actuación de enfrentarse al presidente de Bankia, Rodrigo Rato, y a su decisión de hacer una auditoría que puede reducir el peso de Bancaja en el grupo. Olivas ha quedado retratado como el último bastión frente a las pretensiones de Madrid y, de hecho, cuando algunos consejeros le instaron a dejar la presidencia de Bancaja al considerar que su enfrentamiento con Rato era perjudicial para la entidad, se resistió con el argumento, no contestado, de que dimitir significaba seguir el juego a Madrid. Olivas se ha presentado ahora como el defensor de los intereses de la caja valenciana en contraposición con los representantes de Bancaja en el BFA, que apoyaron la auditoría y a los que ahora se les ha exigido rectificar. Por motivos personales no participó en aquella decisión Antonio Tirado. Sí lo hicieron el sucesor de Olivas como vicepresidente de Bankia Francisco Pons y los vocales Ángel Villanueva, José Rafael García Fuster, Rafael Ferrando y Remigio Pellicer. j. c. valencia