Dos grupos de primates se pelean por el dominio de una charca de agua marrón. Los que son más numerosos y enseñan unos colmillos más afilados ganan, los otros tienen un futuro complicado. Un día, uno de los grupos se presenta en la charca con un objeto en las manos: el fémur grueso y contundente de un rumiante, que utiliza como un garrote para astillar las cabezas a los miembros del otro grupo. Luego, eufórico, lanza hacia el cielo ese fémur, que gira en el aire. Y en la pantalla se convierte en una gran nave espacial. Así comienza la película «2001, una odisea del espacio». Con una lucha a muerte por el agua en un paraje yermo.

¿Ficción? ¿Situación extrema? Un pozo disputado a tiros es el punto de reunión de Peter O'Toole, Omar Sharif y Anthony Quinn en Lawrence de Arabia. Matar o morir por un pellejo de agua es una perspectiva comprensible allí donde unos pocos litros son garantía de supervivencia, y su falta puede ser la condena a muerte. Puede ser difícil de entender para los habitantes de la Europa de los grandes ríos. Pero las regiones secas del continente ya lo ven de otra manera. Y en África sabemos por los noticiarios que las sequías se convierten en sinónimos de grandes hambrunas.

Ni el petróleo, ni los minerales extraños que se utilizan en la alta tecnología, ni las minas de diamantes: los expertos dicen que el producto crítico de un futuro nada lejano puede ser el agua, y no sólo en el Sahel. La Tierra es el planeta azul, pero sólo el 2,5% del agua de la Tierra es dulce, y apenas está a nuestro alcance, ya que casi toda se reparte entre el hielo de los casquetes polares y los grandes acuíferos subterráneos. El agua de los lagos y los ríos, aquella a la que enchufamos las tuberías y las bombas que riegan los campos y suministran las industrias y las ciudades, sólo representa el 0,01% de las reservas de agua del planeta.

Cuanto más seres humanos nos juntamos sobre la Tierra, más agua consumimos y necesitamos, pero también más agua estropeamos, contaminamos, volvemos inservible. Las décadas venideras han de ver necesariamente una gran toma de conciencia al respecto. Da miedo pensar cuánto sufrimiento será necesario para que pongamos manos a la obra.