Cuando a un ser vivo se le detecta una hemorragia, se actúa con rapidez para cortarla. No hacer caso es aceptar su muerte. Y eso le está ocurriendo al PP „mi partido de toda la vida„ sin que nadie corte esa deriva, que ha supuesto „según las encuestas publicadas„ la pérdida de 14 diputados en el primer año y medio de este mandato, y otros 9 en el último. A puertas de las elecciones se han perdido más de un 40 % de nuestros apoyos y aquí como si no pasase nada.

Uno que ve en la prensa las fotografías de las reuniones de nuestras ejecutivas, dándose abrazos y besos unos a otros, con caras alegres y sonrientes, lo primero que piensa es «estos no saben lo que les espera». Porque si no cambia la cosa les espera el desierto, la sed, los escorpiones, las serpientes, el asalto de los bandoleros, las tormentas de arena, el hambre y la miseria en forma de luchas y debates internos en busca de un bote salvavidas que les impida desaparecer en medio de la tormenta. El que lo ha pasado lo sabe.

Porque perder significa encogerse las listas electorales con peleas a muerte por salvar el pellejo. Significa la desaparición de más de 8.000 puestos de trabajo en nuestra comunidad „en ayuntamientos, diputaciones, empresas, etc...„ que pasarán a manos de los vencedores. Perder significa el olvido „o lo que es peor, el rechazo„ de todos los sectores dirigentes del poder, del empresariado y del capital. Perder es el no tener nunca la razón ante las decisiones de los gobernantes, quedando siempre „incluso ante los medios de difusión, si es que te hacen caso„ como el tonto del pueblo. Perder es ver encogidas las arcas de los partidos, y con ello reducirse la grandiosidad de sus congresos y reuniones con la tristeza de fondo de contemplar la escasez de asistentes. Perder es asistir a la estampida de esos que eran «del PP de toda la vida», que han lucrado enchufes y beneficios por muchos años, sin saber ni de donde habían salido.

Pero para mí lo peor de perder es decepcionar a lo más noble e importante de nuestro partido, que son sus militantes, que aguantaron lo indecible en la oposición y también „hay que reconocerlo„ muchos menosprecios y olvidos en los tiempos de nuestro gobierno.

Y naturalmente perder es no saber cuándo se volverá a ganar. Porque la opinión mayoritaria es muy difícil hacerla cambiar. En nuestro caso ya van veinte años contemplando cómo se debilita el contrario. Y eso nos puede pasar a nosotros ya.

Pero entonces, ¿qué habrá que hacer? Cuando vivía don Manuel él lo tenía claro. Ante una situación de crisis o peligro lo solventaba con un Congreso Nacional que agitaba el partido y lo ponía en primera línea de la información. Y con ello la correspondiente cascada de Congresos Regionales y Provinciales que tensaban y movilizaban a todos los militantes. A partir de ese momento, con la renovación de las ejecutivas y los obligados proyectos a debatir, el partido cobraba vida y las encuestas cambiaban.

Yo pienso que es lo que hace falta ya „si es que hay tiempo para ello„ en toda España, porque las encuestas evidencian liderazgos débiles o quemados que pesan como una losa. Además los dirigentes una vez triunfadores estarán seguros de su papel en el futuro y aglutinarán a personas y proyectos.

Que no crea el Presidente Rajoy que perder la Comunitat Valenciana no alterará la política global de España. Solo hay que imaginar lo que significaría el poder del tripartito con la AVL en sus manos. El independentismo catalán se ampliaría a nuestras tierras abriendo un debate angustiosamente violento esta vez ya con 12 millones de habitantes en un mismo paquete.

Uno, que no tiene ya capacidad de decir estas cosas en los órganos del partido „desaparecí con la llegada del señor Rus„ tiene la obligación de advertir de todo lo que puede pasar, para evitar que ocurra. Porque lo he vivido y es precisamente lo que dije el 12 de febrero del año 2002 cuando en la Ejecutiva Regional me despedí de la política activa. Recuerdo que les dije que los dejaba cómodamente sentados, disfrutando de las brisas de las playas de Dakar, tomando cervecitas y cigalas. Pero que nunca olvidaran lo terrible que es la travesía del desierto, porque además allí quedan enterradas muchas víctimas. Han pasado doce años y por desgracia el mensaje parece que toma actualidad.

Pues a parar la hemorragia, a levantarse y a trabajar, que nuestro electorado y nuestros militantes están ahí esperando a que los llamemos para empezar a empujar. Si no hacemos nada, la debilidad progresiva por eso que se llama «tendencia» en las encuestas acabará con nosotros. Por mí no habrá sido.